ARS LONGA
FRANCISCO JOSÉ SÁNCHEZ MONTALBÁN
Museo del Teatro Romano de Cartagena
De mayo a octubre de 2025
Texto para el catálogo
El tiempo de la espera.
Por Antonio Gómez Ribelles
El viaje del poeta parte
de aquel acontecimiento que lo elige
para después rodar a la búsqueda
de una palabra ausente que pueda nombrarlo.
Francisco Jarauta
Ante un concierto, frente a la música de los instrumentos, podemos tomar varias actitudes: cerrar los ojos para que el sonido no se vea influido y contaminado por otros sentidos, buscando la concentración máxima y que ninguna imagen musical pueda verse alterada; mirar atentamente a los músicos y al entorno próximo que les rodea, tal vez no al que toca sino a aquel que espera su parte, no perder lo complejo de la ejecución; observar al público, levemente iluminado y por la espalda o medio perfil, pero siempre con dificultad y disimulo; la conciencia de estar ante un acontecimiento y no querer perderse nada, y que lleva contradictoriamente a la pérdida, porque lo que se encuentra, lo que nos atrae, nos obliga a desatender lo demás. Prestar atención a un músico nos hará perderla a los otros, mirar un gesto de un espectador nos llevará a no atender a otras cosas que sucedan, mirar el techo nos llevará a las nubes... Es como la memoria que genera y necesita, o no, pero no puedes evitarlo, el olvido. Pero qué grande es lo recordado. La vista nos obliga a mirar, miramos y recordamos, pero se pierden los contornos como el mundo se difumina en los bordes de una cama durante la fase previa al sueño y solo viven las imágenes mentales, esas que no tienen fronteras ni límites. Sin embargo, atendiendo visualmente a unas cosas o a otras, en un entorno sonoro, el sonido de un instrumento está envolviendo tu mirada, nada de él se pierde, la música está dentro desde antes incluso de que empiece a sonar.
Digo todo esto ante mis propias experiencias, que me las hacen rememorar las que Francisco José Sánchez Montalbán ha tenido fundamentalmente en Granada, en el contexto del Festival Internacional de Música y Danza, aunque no sólo, y en un desarrollo temporal que nos lleva a más de veinte años de fotografías en el entorno de ese festival, y que me ha hecho pensar mucho en la representación fotográfica de una experiencia eminentemente sonora. Es evidente que lo que el artista fotógrafo busca es visual, es más, constreñido a una técnica que se somete a la superficie, encuadra lo visible en formatos rectangulares o cuadrados, que detiene instantes de una realidad muy individual, un fragmento, no otro, alterándola de manera consciente y pensando, en el caso de Sánchez Montalbán, que todo acabará en una gama de grises al pasar las imágenes a blanco y negro. Necesita, pues, de una labor extra con la que poder poner en esas imágenes la conciencia de la música, dejar, ahora sí, que los sentidos se contagien y queden reflejados en el espejo de la obra.
Lo documental ha quedado como raíz de toda la fotografía. Esa búsqueda de aquello que rodea nuestro mundo y que queríamos contar, quedó al principio en una mera presentación de nosotros mismos, vivos o muertos: tarjetas de visita, fichas policiales, carnets, o llevar lejos o traer las imágenes de guerras lejanas o culturas ajenas y que conservó ese componente de la pintura romántica que por más que los discursos artísticos, fotográficos, poéticos, hayan alterado las tendencias, se conserva en los géneros del acto fotográfico. Sánchez Montalbán lo conserva porque lo ha practicado, como fotografía documental pura, pero también como el retrato de los personajes que han definido y definen el flamenco, la poesía andaluza y la música clásica. Estamos ante este último campo tratado con esa raíz del documental expandido y extendido en el tiempo durante muchos años, pero observado con una mirada menos definitoria del acontecimiento y más tendente al indicio de lo que pudo ser o pueda llegar a ser. Reconozcamos que Sánchez Montalbán tiene un carácter, una lectura y una escritura poéticas que se basan en un elemento común a las artes pero mucho más a la poesía: el asombro. El ojo asombrado encuentra, pero el asombro ante lo cotidiano solo se consigue si se busca esa actitud. Las cosas no son extraordinarias per se, sino porque tú estás ahí, como el paisaje que no existe si tú no lo miras; no aparecen como imprevisibles por sus circunstancias sino porque así se ha construido la imagen.
Todo es un problema de tiempo, todos vivimos inmersos en él, “como el fuego en la salamandra” (Tarkovski) y a pesar de esa idea constante de la definición de una fotografía como instante detenido, o archivos de memoria, estas fotografías van más allá por una concepción de las mismas que persiguen lo real del autor. La asistencia al concierto, la observación de todo lo que conforma esa realidad, las voces, las luces, el público, y el sonido de la música, crean el entorno que transforma al fotógrafo en algo muy distinto del reportero para convertirse en un artista que construye con todas sus capacidades sensoriales. Ahí se convierten en actores de la obra las ramas de unas plantas que se entrometen, las manos en el aire que repiten el eco del sonido ya escuchado, el que vibra en el aire y el que sonará siempre, las miradas cómplices que te sitúan en el espacio común, unas voces que están, no se escuchan, pero están, una luz que se oscurece o se refleja, un todo sensorial que no nos dejará ya de envolver. Y en esa envoltura saldremos del tiempo de la realidad, ese que queda detenido, ese instante fugaz, para encontrar lo real de Sánchez Montalbán, la creación que surge después de haberse integrado aquella realidad con la observación atenta, el encuadre, el disparo, con el trabajo de laboratorio. Estas imágenes son lo real del autor porque a toda aquella dedicación a buscar el momento se le suma la creación que surge después, cuando ya solo vemos la foto en la pantalla o el papel y la apropiación de todo lo que ocurrió se transformó en un arte poética de sombras dibujando el mundo. Pero también antes, porque en las fotografías del proyecto se nota que se busca el momento propicio, que el fotógrafo trabaja como el artista que es construyendo la imagen antes del disparo, basándose en las cosas que ya sabía, deambulando por la escena, viendo y escuchando con calma creadora. No se trata de la profesionalidad del autor que busca lo perfecto, sino de que los sentidos, todos, capturen lo que será. Estamos en el tiempo de la espera, ese que muestran en su mayoría las fotografías, y que compartió el autor con el público a la espera de lo sonoro, con finalidades distintas unas veces y compartidas otras. Hay un tiempo de espera y también hay un tiempo de la obra. El tiempo de espera fotografiado es aquel que sostenemos, no congelado, un tiempo que nos permite volver a verlo y vivirlo. Robert Frank decía: “Me gustaría que quienes ven mis fotografías se sintieran igual que cuando leen dos veces un verso”, y ese es el quid de este trabajo, leer varias veces. Además, el tiempo de la obra se vuelve eterno, y estas obras son nuevas, autónomas de aquella realidad de la que solo sabemos que estuvo ante la cámara, donde al “esto fue” se suma el “esto sigue siendo”, como sumar lo anterior al presente. En un universo donde los acontecimientos crean el tiempo, este fotógrafo no busca el momento decisivo sino algo mucho más sereno, como si fueran momentos íntimos de larga duración, fotos que guardan los minutos que pasan. Guardar, al fin, en el interior lo que transcurre exteriormente.
“Una fotografía no es más que una superficie. En este plano bidimensional se presenta, con zonas de luz y oscuridad, y a veces color, una ilusión de profundidad narrativa”. Dice bien Teju Cole en este fragmento, y es cierto que de las imágenes fotográficas surgen relatos y del conjunto del proyecto nace un relato que será obligatoriamente una ficción, el territorio personal de Sánchez Montalbán, que nace y ocupa el espacio en torno a lo visible. La música tiene, es así su esencia, un desarrollo lineal, una historia y su evolución compleja. También el concierto antes y después de la música. La fotografía, como la poesía, permite la acumulación de fragmentos y no requiere la narración, la ilusión de narración. No identifica algo concreto excepto en los retratos, sino el contexto común, un contexto que, si bien se refiere a una construcción cultural, no creo que precise de conocimientos exhaustivos acerca de la música clásica o la danza, sino de la presencia de los festivales de todo tipo que se celebran en muchas ciudades. Cultura de nuestra sociedad vista a través de una lente, real y figurada, la de la cámara y la del fotógrafo, poseedor de unos conocimientos y de un lenguaje visual que le permiten este ensayo fotográfico de alto nivel emotivo y sensorial.
“Lo artístico de una obra radica en lo que no está ahí, en lo ausente para alguno o algunos de nuestros sentidos” escribe Agustín Fernández Mallo. Lo sonoro se encuentra en los límites conceptuales difusos de estas fotografías, en el afuera, en el fuera de campo, en el fuera de ese silencio fotográfico. Una buena amiga siempre me decía que lo importante es lo que no sale en la foto. Lo decíamos mientras veíamos algunas fotos de álbumes familiares, donde no aparecen personas que estaban cerca de la escena, que quedan fuera por ser un encuadre parcial, por no querer, por ser el autor de la foto, y donde tampoco está lo que había de alegría o drama. Y el sonido. Pero no decimos pérdida. Lo real tal vez tenga que ver más con lo que está oculto que con los signos en la superficie, más con lo ausente, y más con los símbolos de lo sonoro que se refugian en el silencio. Más en lo ausente a los sentidos y que el espectador renueva como en la segunda lectura de un poema.
Nada hay en estas fotos de casual, o fruto de la casualidad, no hay nada de disparo al aire sin controlar todo lo que aparecería en la imagen, por rápido que se pueda haber hecho alguna. Mantienen, cada una y en su conjunto, y en continuidad con sus otros proyectos, esa idea de espejo de la obra del autor donde se escribe la verdad, el espejo donde todos esos fragmentos, separados, reconstruyen una nueva realidad. “Por una parte, el sistema del mundo; por otra la red del lenguaje”, dicho en voz de Francisco Jarauta. En ese lenguaje de fotógrafo, artista y maestro que domina Sánchez Montalbán, superados los referentes indiciarios, manejados con perfección y rotundidad los signos de la imagen, todos se dirigen hacia los símbolos que superan semánticamente los elementos que escriben la imagen, símbolos de lo sonoro, de la música, símbolos de la proyección del autor sobre ella. No son solo la aparición de los instrumentos, como el piano, con todas sus virtudes visuales en las líneas curvas y los reflejos, tan potentes, también lo son los juegos de miradas, los ya citados elementos vegetales que adquieren la curva de sonido, las manos en movimiento demorado que tocan el piano y que mantiene en el aire sonando la música ya escuchada y su duración en la que vendrá, la concentración de los autores, y la espera a la ejecución, siempre la espera y el tiempo.
Pero además de estos elementos figurativos, anclados a su referente, la abstracción también es posible, la presencia como protagonistas de elementos lineales, formales y de tono, la atención que se fija en el movimiento a través de una pensada construcción de los encuadres, los fundidos de ciertos elementos y personajes que alteran la referencialidad y contornos difusos también por la luz que se oscurece en el concierto. Y la limpieza de todas estas imágenes en su concepción y en su realización.
Ars longa, como el tiempo de la espera.