ANTONIO GÓMEZ RIBELLES
LAS LAGARTIJAS GUARDAN LOS TEATROS
Editorial
La estética del fracaso
LA
MONTAÑA MÁGICA
Cartagena,
2021
por José Luis Martínez Valero
El humano
no es un hecho en bruto, piedra del camino, sino ser complejo, comunicativo o
silencioso, olvidadizo, consciente de la muerte, sujeto al amor y al odio. resultado
de lo que se cuenta o de aquello que narra y define él mismo, siempre expuesto
a la intemperie de su existencia, sometido a los vaivenes de la Historia; otras,
al capricho del destino.
Antonio
Gómez Ribelles ha publicado: Las
lagartijas guardan los teatros a instancia de Vicente Velasco, director de
la librería La montaña Mágica de
Cartagena para la colección titulada: La
Estética del fracaso, cuya serie cierra este libro.
Antonio,
pensador, poeta, pintor y fotógrafo, nos traslada a la cámara oscura de su cerebro
para hacer visible lo invisible, para reconciliar el espacio con su tiempo, y
lo pone a nuestro alcance, a través de
imágenes que se mueven, que huyen y se esconden como las lagartijas, que
creíamos definitivamente quietas, mientras parecían tostarse al sol de los
siglos sobre las ruinas de los teatros,
sobre la ciudad y sus movimientos, esa sociedad sobre la que crece la
hierba de la Historia, de las historias.
Hay
espacios públicos y espacios privados, el humano habita ambos. Frente a la casa
segura, tras la puerta estaba la intimidad; hoy, las redes, la información que
se solicita para realizar cualquier actividad, parece que hubiesen eliminado la
privacidad. Robinsón demostró que la isla, el aislamiento, perfecto no existe,
para resolverlo se sirvió de aquella huella en la playa que la mar aún no había
borrado.
El hombre
está destinado a moverse, se podría definir como un ser que se traslada, esto
ocurre unas veces voluntariamente otras contra su voluntad. Para asegurar su
estabilidad dispone del recuerdo. Así puede ser definido como ser de memoria.
A medida
que pasan los años, acumula relatos. Esto, que en su vida privada constituye la
experiencia, en cuanto colectivo lo convierte en ser histórico.
El espacio
es inestable, fluido como el agua, sujeto a la luz y a la sombra, confunde,
cambia. Hueco en el tiempo, engañoso, perspectiva desde la que aprehendemos el
mundo. Tiempo y espacio no son lugares seguros. Por el tiempo recordamos y
olvidamos. El espacio es localizable, sin embargo, cambia tanto de aspecto que,
en realidad, pasa a ser otro. Antonio coloca al lector ante el misterio de esta
paradoja.
Un año
después de la primea Gran Guerra, 1919, publicó Gabriel Miró: El humo dormido, con una breve
introducción que quizá nos ayude a comprender los mecanismos del recuerdo. ¿Qué
fue primero, el árbol o el bosque? Si respondiese Caperucita aseguraría que fue
el bosque; si es la lagartija nos hablará del árbol, algo concreto, de donde
surgió la abstracción del bosque, producto de nuestra mente.
Antonio,
como Miró, transformó los hechos en su imagen. El texto que refiero dice:
<< Así se nos ofrece el paisaje cansado
o lleno de los días que se quedaron detrás de nosotros. Concretamente no es el
pasado nuestro; pero nos pertenece, y de él nos valemos para revivir y
acreditar episodios que rasgan su humo dormido. Tiene esta lejanía un hondo
silencio que se queda escuchándonos. La abeja de una palabra recordada lo va
abriendo y lo estremece todo.
No han de tenerse estas páginas
fragmentarias por un propósito de memorias; pero leyéndolas pueden oírse, de
cuando en cuando, las campanas de la ciudad de Is, cuya conseja evocó Renán, la
ciudad más o menos poblada que todos llevamos sumergida dentro de nosotros
mismos.>>
En esta
ciudad hay una casa de la que nos importa su ser, la función dentro de su historia
personal. Toda casa tiene una puerta cerrada; si insistimos con el tiempo
descubriremos que la puerta se entreabre, podemos adivinar algo de su pasado
por la luz y la sombra, alguna fotografía, ciertas palabras, aunque siempre
conscientes de que este ver no es un estar viendo, sino que pertenece a nuestra
memoria.
Gastón
Bachelar en su ensayo La poética del
espacio define la casa, como: el
no-yo que protege al yo. No es lo otro, algo objetivo, sino que pertenece
al mundo subjetivo, aunque esté precedido por esa negación. Bachelar considera el
yo como ser desasistido, necesitado de protección, de esta orfandad nace el
libro. Dice el poeta: El problema de la
casa, de mi casa, es que no existe… Pero yo sigo sin crear la mía a pesar de
habitar una. Es que no se trata de habitar, no es eso, no es eso…
Voy a
tratar de acercarme, consciente de que lo que vea será fragmentario y borroso,
el pasado se convierte en un muro sobre el que descansan las huidizas
lagartijas.
¿Quién es
este ser abandonado? ¿Este huérfano? He aquí su respuesta: Somos la memoria de los demás escrita en los papeles o en las paredes
de cajas de zapatos que intentan contar una historia. Dependemos de la
memoria de los otros, sin duda una visión fragmentada, que se dice cuenta una
historia. Insisto: se dice. Porque se trata de un relato que nunca coincide con
lo que piensa de sí ese yo, al que reconocemos por su abandono. La única certeza
es que no se puede regresar al principio. Como si todo principio estuviese
destinado a convertirse en una imagen oscura. El concepto de expulsión del
paraíso nos condiciona como un recuerdo.
En el
caso de Antonio Gómez Ribelles quizá resulte apropiada esta pregunta: ¿se trata
de un pintor, de un poeta, de un fotógrafo? Todas estas posibilidades se dan en
la misma persona y al parecer tienen el mismo origen, ¿la infancia?, aquello
que hemos titulado como el paraíso de la infancia. La infancia es la edad de
las preguntas, es pues el origen de la curiosidad por el mundo, de ahí que todo
el libro se convierta en un proceso de búsqueda
En el
poema titulado: LA LUZ, YA, cuando
dice: <<La luz no será ya una
palabra guardada/ conservada en los libros/ que no pudimos abrir, / es el
nombre que ahora vuelve del silencio, / que se dice aun sin color, pero pronto/
aplastará la tierra, las calles, los colores/ y todas las otras luces.>> Podría
ser una respuesta a esa pregunta de modo que por medio de la sinestesia,
convertir la luz en nombre. Si el cuadro puede ser leído, también es un texto,
sombras y luces lo conforman.
En 3 NAZARET, sugiere: que la casa, la ciudad entera/ fuera como
ver el mar. Este lugar concreto, número del tranvía de la playa, se
convierte en parte de una narración, algo sin límites; también algo ajeno,
superior a lo que puede ser poseído.
En la
infancia son fundamentales, la escuela, como orden, disciplina y, la calle, la
libertad. En su texto: LA FORMA DE LAS
LETRAS, recordad aquellas cartillas donde aprendimos a leer, el autor
piensa que la letra ya es un dibujo, abstracto, convencional, paralelo a su
otra forma de objeto real, concreto. El alfabeto nos condiciona
desde un principio, supone el bautismo de nuestra entrada en sociedad. Con
PARTÍCULA DE PRUEBA, aparece la enseñanza como procedimiento de ocultación,
método de desinformación perfectamente organizado, lugar cerrado. Semejante al
episodio de: El Señor Cuenca y su sucesor (Enseñanza), también de Miró y la respuesta
del jesuita a su preocupación: “¿Todavía
no sabe que preguntar es una grave falta? No lo vuelva a hacer.” La
libertad estaba en la calle, las afueras y el cine.
En ELLA, se encuentra este texto: Mi memoria ha invadido la suya de tal manera
que estoy en ella, en un juego extraño y fantástico. El recuerdo, la
narración, convierte a la memoria en un suceso compartido. Junto a QUEDAN: La calle que cruzaba/ de camino a casa/ las grietas del edificio/ las
balas en la pared. El poeta alude eludiendo, facilita asociaciones que
conforman el teatro de su mundo. Los dogos son causa de la muerte del perro de
su amigo, próximos por su crueldad a las balas en la pared. El terror del niño
coincide con el terror de esa historia de la que no ha sido testigo. Frente al
instinto que es constante y repite, el hombre tiene la capacidad de transformar
sus recuerdos. El recuerdo no es lo sucedido, no almacenamos un conjunto de
hechos, sino sus relatos.
La
narración como algo esencial, aparece en CAMINOS,
cuando dice: Me imagino eligiendo caminos
absurdos para llegar al mismo sitio…Algo que confirma en DECONSTRUCCIÓN: Y allí descubrió la casa desde fuera y la tuvo que ignorar, porque no
había fachadas en sus momentos lúcidos, sólo interiores, sólo tiempo para el
tiempo de los muertos.
El dolor,
la angustia, la orfandad terminan con la imagen del aceite, originado por el
olivo, símbolo de la sabiduría de la diosa Minerva, diosa de las artes y la
artesanía. En la Grecia clásica, en las competiciones de las Panateneas los
vencedores recibían ánforas de aceite, alimento y luz, luz que descubre lo
oculto. Para un pintor sustrato esencial del óleo. Se concreta en el poema UN POCO DE ACEITE, que alude a aquellas
manchas de galipote, que coincidieron con el progreso y el comienzo del
turismo: Cubres y vuelves a empezar./ Y
si algo queda no te apures,/ las manchas se borran en el tiempo/ con un poco de
aceite. /Todo se deshace con un remedio eficaz./ Todo se recompone.
Pese a
que lo intento, queda una cuestión pendiente, la relación entre la pintura, la
palabra y la fotografía. Se podría afrontar con aquello de la correspondencia
de las artes, con la sinestesia, pero sólo supondría otro aplazamiento. Las
diferentes sensaciones, la relación causa efecto, aquel escuchar con los ojos a
los muertos de Quevedo. Sin embargo, quizá sólo se trata de un falso problema,
basta con reconocer su existencia, no hay nada que resolver, son procedimientos,
caminos que pueden alcanzar un lugar común, donde tiempo y espacio coincidan y
aparezca ese instante en el que, rota toda limitación, el poeta-pintor-fotógrafo…,
aparece, como indivisible, en la persona del autor.
QUE NO SEA PALABRA,
aborda esta cuestión, en sus dos versos finales dice: La imagen volvió serenos a los hombres, les dio la calma/de no tener
que dar soporte a las palabras con palabras. El poema IMAGEN, lo confirma: Tal vez
sea mejor así/ que nada tenga voz ni nombre,/ sólo una imagen que salve/ de ser
de nuevo Adán/ bautizando huecos.
RUINA,
recuerda que toda historia comienza por el final. Con MIRAR, el pintor poeta nos aproxima a esa masa borrosa comienzo del
cuadro, la extraña atracción que le lleva a elegir un tema y sus sucesivas
metamorfosis: Miras fijamente ese cuerpo
hasta que lo olvidas/ o se vuelve absurdo y se llena de tus pensamientos./ Una
forma que se llena de tus vaivenes./ Como repetir palabras hasta que pierden el
sentido. En Meditaciones del Quijote,
Ortega distingue entre ver y mirar, leamos: Pero
hay sobre el pasivo ver un ver activo, que interpreta viendo y ve
interpretando; un ver que es mirar. Platón supo hallar para estas visiones que
son miradas una palabra divina: las llamó ideas. Así como el poema se hace
con palabras, el cuadro se hace con ideas.
Hay un
poema que podría ser el método para obtener su obra, se titula GRIS. Quienes conocen la obra de
Antonio Gómez Ribelles, saben de sus grises y sus diferentes tonos. El gris ha
establecido un campo común donde coinciden el cuadro, la fotografía y la
palabra. Los días grises, como estado de ánimo, son fundamentalmente un
producto urbano. Este es un poema que aconsejo se lea muy despacio pues marca
la relación con las cosas que pueblan el mundo: Te desplazas entre las cosas./ Eso es todo, ese misterio de las cosas
que a pesar del tiempo y de la mala memoria se mantienen leves e inalterables/
Ellas vuelven despacio. Tú te mueves con el apremio que te exigen las
palabras./ Te mueves sobre aquello que permanece./ La luz es muy extraña aquí a
esta hora, color gris. El gris, que tiene algo de palabra o de sombra,
mantiene a las cosas en un estado que recuerda no la cosa, sino su propia
realidad. Una realidad que, siendo percibida por el autor, es la que más se
parece a su propio ser.
El gris
también podría referir esa primera hora de la mañana, cuando la luz comienza a
anunciar el día. En contraste con el poema de Jorge Guillén titulado MÁS ALLÁ, prólogo de Cántico, donde asistimos a un despertar
jubiloso, resultado del asombro de ver, de la existencia de los concreto. Gómez
Ribelles descubre la fragilidad de los días: Basta un momento de duda para que todo caiga o se astille/ y que lo
oscuro siga y nuestras tazas se rompan.
BLANCO es una
reflexión sobre el color. Recuérdese el cuadro Blanco sobre blanco de Malévich.
También que el comienzo de la escritura es ese papel blanco, vacío, como un
desierto. La luz, un blanco resplandeciente, ciega, anula los colores. Dice
Antonio Gómez: Después todo será azul y
luego blanco,/ el blanco aplastándolo todo./ Me senté a ver pasar los colores y
los perdí./ ¿¡Dónde van los colores que se pierden?/ Su voz no se oye, sólo a
veces brevemente./ Pequeños signos de
que algo ha terminado.
Para
cerrar este comentario me referiré al último poema: NOCTILUCA, reflexión sobre la obra, un ejercicio humilde en el que
reconocer la distancia entre el proyecto y su resultado. Unos obtienen
luciérnagas; otros, leamos: Pero mis
grandes cacerías fueron tristes, nada luminosas/ mis insectos se volvieron más
oscuros/ ensuciados por el polvo y el asedio/ de una flor donde morir. ¿Pesimista?
Quizá tímido, quizá consciente de que el autor no siempre logra lo que se ha
propuesto: el cuadro, el poema, la fotografía son siempre la respuesta, como
diría María Zambrano, a una pregunta que aún no ha sido formulada. Claro que,
también podría tratarse de una pregunta sobre la existencia de la
pregunta.