miércoles, 8 de mayo de 2013

Presentación para Antonio Marín Albalate



                     Fotografías: Sebastián Mondéjar






POETAS EN EL MUSEO.
Museo Ramón Gaya, 7 de mayo de 2013.

ANTONIO MARÍN ALBALATE.  

Fragmento 1. Antonio Marín Albalate camina por la calle.

Tengo la mala costumbre de olvidar cuándo he conocido a ciertos amigos, a los que más veo y aprecio. Será a conciencia, para hacerme la ilusión de que siempre han estado aquí, desde el origen.
Me invento ahora que a Antonio, que fue vecino, lo vi por primera vez un día desde mi ventana: caminaba por la calle, por la acera de sombra huyendo del sol, hombre bajo un sombrero, hombre tras unas gafas, mirando, viendo sin mirar. Los miopes, y también los poetas, caminamos a veces así, ocultos en un aire de niebla.
Pero él caminaba así huyendo de lo trivial, de lo ordinario, de la casa, del barrio o de la ciudad, de todo aquello que a veces odiamos para sentirnos vivos.
Antonio camina en un espacio distinto, vive en un tiempo distinto al del resto, vive entre lo trivial para odiarlo, huye de lo trivial para acceder a los afectos, a su grado posible de libertad.
Pero todo esto quizás sea mentira, y en realidad nos presentara Leopoldo en su casa, un día domingo. Sí, seguro que fue así, pero no me acuerdo.

Fragmento 2. Antonio Marín Albalate miente.

“Uno escribe para mentir”  dice Javier Moreno[1].

Y no sólo él, está claro. También Baudelaire, refiriéndose a la pintura y hablando de los paisajistas del Salón de 1859 afirmaba que eran unos mentirosos precisamente porque no se habían preocupado de mentir[2]
La mentira es nuestro acto creativo, nada hay más alejado de lo falso. Mentimos para huir de lo trivial, “lo trivial que es la antítesis de la literatura” nos decía Miguel Espinosa[3], y accedemos a todo a través de un artificio que esconde más verdad que lo real. La ficción es realidad, todos los mundos creados en ella se encuentran en el mundo, y volamos a la mentira, más creativa, más rica, más lógica.

Así que Antonio, que iba por la calle mirándose hacia dentro, mirando a la conciencia, decidió ser un honesto mentiroso para crear lo que consideraba trascendente, lo que adquiriera valor de afección, y una vez construido aquello que nos llena de afectos, ascenderlo a la categoría de realidad, ese lugar donde ya no hay trivialidad, la poesía, donde todo es necesario, donde  todo es estética.

Fragmento 3. Antonio Marín Albalate crea proceso.

El proceso es tiempo.
El proceso es doloroso por ser tiempo.

Hay casos hay en la pintura, vuelvo a ella, de artistas que han utilizado el proceso como sustento de la obra, consiguiendo un resultado que quizá no responda a todo eso. Luc Tuymans se plantea su obra mucho tiempo, pensándola, creando discurso, recogiendo datos, fotos, todo lo necesario para después utilizar el menor tiempo posible en la realización práctica. Ante la obra acabada nos queda el vacío de lo que no llegó a explicarse del todo.
Avigdor Arika se enfrenta a una realidad en una sola sesión: lo que queda es la huella de ese enfrentamiento. La huella.
Y el conceptual Yves Klein decía “mis obras son sólo las cenizas de mi arte”. Con esto lo dice todo.

Cenizas, huellas, restos, efímeros a veces, de procesos complejos y ricos, pero no asequibles siempre. Auras lejanas.
Pero el poeta que se escribe, el poeta que no se pierde en la palabrería, el poeta que escribe un libro constante donde nada va más allá de lo necesario, es en sí proceso, doloroso por ser tiempo, memoria, pero no memoria vana, perdida, sino versos que la rescatan de las profundidades del tiempo. Mentira sí, mentira deseada, porque lo que queremos es que nos mientan. Y como decía Hugo Mújica:

La poesía no está nunca en el poema;
no lo está porque no es: llega.

Antonio camina y escucha, mira o no, habla y juega con el lenguaje, una palabra o un nombre que da vueltas en su cabeza una y otra vez; pero ese juego cambia a una seriedad tremenda ante el poema, donde aparece la angustia, el desencanto[4], la ironía, el amor, el desamor, la pérdida, y la memoria de la perdida. Antonio habla con poetas, con todos los poetas que considera imprescindibles, con sus cantantes. Persona a la que horroriza la traición, es poeta que se traiciona y traiciona con versiones mentirosas, afectos personales, más reales que lo real.
Pero a Antonio no le interesa explicarse ni que le expliquen. En el silencio, en su duda, en su “no sé”, en la noche está la magia iluminada de versos luminosos,  poemas  densos de imagen  y a veces breves, concretos, llenos, palabras voraces que salen de la boca de la poesía.
Y Antonio elige ese camino y se obsesiona.

Fragmento 4. Antonio Marín Albalate se obsesiona.

Que el poeta actúe por afectos y cree realidades líricas no deja de ser necesidad, un sumario permanentemente abierto sobre una obsesión. Antonio genera un ciclo que no se cierra, un espacio en espiral en el que nada se cierra, y todo avanza mirando siempre a lo anterior, a ese tiempo distinto.
Que para ello utilice ciertas metáforas que crean sentido y dotan de realidad a su mundo es algo que nos es común. Obsesiones en espiral que lo son todo, o la nada que queda después.
El deseo siempre, como motor de todo, el deseo posible y el imposible, el próximo y el lejano; La locura como posibilidad mágica para la mentira, el retrato y la verdad; La pérdida, aunque sea de lo que nunca ocurrió, esa que más duele; La nieve y el frío como final, y el barro en el que quedamos.
La memoria que nos salva y la amistad.
Y Juan Cartagena. Y libros,  y antologías, ediciones, homenajes… generosidad.

Fragmento 5. y final

Antonio Marín Albalate camina ahora por el medio de la calle, respirando poesía; se quita el sombrero cuando le da la gana y poemas de cenizas caen en su cabellera y ahí se quedan, poemas reales necesarios.
Pero esto quizás también sea una mentira, y por ello más valiosa.

Sólo un poema de Antonio, uno que me unió con él hace tiempo en la poesía:

Mentira de nieve en mis manos

Una noche de verano, descubrí
Que el Norte me hacía daño.

Y volví al Sur
Al silencio y a mi casa
Como quien regresa de un naufragio.[5]


Y el mío, a modo de respuesta:

Y volví del Norte,
de la lluvia y de la sombra

al sur

para esconderme de la luz
en el vientre seco de un aljibe.[6]


  

Antonio Gómez Ribelles








[1] Alma. Javier Moreno Ed. Lengua de Trapo 2011.
[2] Sobre la fotografía. En el  ensayo Sobre algunos temas de Baudelaire. . Walter Benjamin. Ed. Pretextos 2004.
[3] Prólogo a El vaho en los espejos de Dionisia García. 1976
[4] El desencanto, película de Jaime Chávarri (1976), donde los hijos de Leopoldo Panero y su viuda hablan de sus relaciones a través del recuerdo de la muerte del padre. La relación de Antonio Marín Albalate con la poesía de José María Panero y su admiración es conocida y reconocida hasta llegar a la antología Sobre la tumba del poema, y el libro-homenaje Leopoldo María Panero, poema que llama al poema.
[5] Todavía la nieve en la palabra. Antonio Marín Albalate. Ed. Vitrubio 2000.
[6] El peso del silencio. Catálogo de la exposición. Antonio Gómez Ribelles. Ed. Ayto. de Cartagena 2004.