domingo, 26 de noviembre de 2023

UT PICTURA POESIS. NATALIA CARBAJOSA ACERCA DE SAVIA DE INTERIOR.

Natalia Carbajosa escribe este texto para el proyecto Savia de interior que se  expone en la galería estudio La Cholepa de Mula hasta el 12 de enero. Como siempre, dar las gracias a Natalia, gran poeta y traductora, que conoce bien mi obra desde hace años, sobre todo la relación de mi pintura con la poesía.

 

 

 

 

 

 

Ut pictura poesis

 

Siempre me ha fascinado el taller del artista, su desordenada amalgama de colores, olores, materiales, volúmenes, formas. Frente al adormecimiento de los sentidos que a menudo nos invade en la guarida del escritor, como mucho interpelados por el polvo de los libros o, desde tiempos recientes, por la fría luz de la pantalla, los refugios de la pintura se nos antojan a los legos felizmente inesperados, confusos y diversos. Nos hablan desde códigos extraños: papeles húmedos con anuncios y letras ya borrosas, hojas y semillas recogidas por ahí, fotos antiguas con personas cuya identidad se desconoce. Niegan sin pudor la primacía del signo lingüístico, o bien lo convierten en otra cosa, otro lenguaje.

 

Con el permiso de Horacio y de los pensadores renacentistas, la equiparación del arte visual con la palabra y, más concretamente, con la palabra poética, tiene mucho que ver con el advenimiento de las vanguardias a principios del siglo XX; sobre todo, evidentemente, con la abstracción. La expresión del mundo interior que esta corriente pictórica prioriza sobre todas las cosas funda, en efecto, un idioma propio para el artista; armoniza, en palabras de Kandinsky, lo “temporal-subjetivo” con lo “eterno-objetivo”.

 

Las creaciones de Antonio Gómez Ribelles para la exposición Savia de interior, sin ser abstractas, apuntan precisamente a los paralelismos y las porosas fronteras que las vanguardias se atrevieron a imaginar, y lo hacen en varios planos simultáneos o confluencias: entre la fragilidad de la memoria humana y la persistencia del ciclo vegetal; entre el pasado y el presente, entendidos como variantes de una misma concepción del tiempo (kairós); en la intersección entre la pintura y la fotografía, o la que propicia la minúscula pero decisiva irrupción de la naturaleza en el espacio urbano; entre el marco esbozado que arropa, con delicadeza, el centro de cada composición y, al mismo tiempo, la proyecta hacia afuera; entre la unión de lo de arriba y lo de abajo, el tándem cielo-tierra de la poética juanramoniana, simbolizada en la verticalidad de la planta y subrayada por las dos mitades del papel; entre la tecnología y el impulso vital (“a través de la cámara veía la savia que subía por las hojas”); entre la superposición de materiales y procesos (primero fotografiar, luego pintar sobre lo fotografiado); y, por supuesto, presidiendo todas las relaciones mencionadas, entre la imagen y la poesía. Todo ello, vertido desde la acotada protección del estudio; desde el pálpito, el mundo, el crecimiento (la savia) de ese sí mismo por el que el artista-poeta se proyecta hacia y se relaciona con el exterior.

 

La contemplación de Savia de interior invita al recogimiento y a la reflexión espontánea en su (aparente) sencillez, con lo que esquiva la necesidad de elaborar un discurso complejo que la explique. Con idéntica sobriedad, recupera un principio del arte acaso con demasiada frecuencia cuestionado. “Todo lo que es congruente con la base de nuestra naturaleza nos parece bello”, afirma la poeta Kathleen Raine. Así, en contra del pretencioso mantra de “salir de nuestra zona de confort”, el artista nos recibe, en esta ocasión, en casa; en el precario aunque insustituible umbral entre el ruido del mundo y su transformación en otro orden, el orden de la armonía y la belleza.

 

La poesía visual de Antonio Gómez Ribelles no se articula como glosa de la imagen. No es una explicación, ni una alternativa, ni un texto al margen. Pero tampoco forma parte de un juego de correspondencias al uso, ni de un trampantojo, ni de nada que defina en un aparte el idioma en que la imagen (cada pliegue, cada trazo) comunica. En Savia de interior, la imagen es el texto mismo. 

 

Natalia Carbajosa

 

 

 

 

jueves, 20 de abril de 2023

DIÁLOGOS CON MI ABUELO. JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

 







Recomponer una memoria familiar, esa pequeña historia (pero tan grande) que se construye desde lo emocional, desde los pequeños datos y relatos que han paseado por nuestros mayores y que se nos trasladan, precisa en primer lugar de una necesidad, la de rellenar un hueco que se borró o nos borraron, y en segundo lugar de la convicción de que el camino a recorrer puede ser largo, a veces difícil, y, según las circunstancia, doloroso. El proceso de recuperación que Juan Manuel Díaz Burgos hace de la memoria de su abuelo Manuel, ya que su figura le fue robada, es íntimo pero trasladado por la actividad fotográfica a un acto de memoria histórica que llega a localizar y visitar la fosa común que sirvió de tumba a uno más de los miles de represaliados tras la Guerra Civil y que a través de la ignorancia de qué pudo ocurrir con él se trasladó a su familia el castigo a los vencidos. Un castigo injusto, inútil, y vestido de rencor y mentira. Juan Manuel Díaz Burgos lo lleva ahora a una exposición en Cartagena y un libro que recoge el proyecto Diálogos con mi abuelo.

El acto de Juan Manuel supone una catarsis personal, un proceso familiar, un acto de justicia con Manuel Burgos, y por extensión, un acto público de reivindicación de los desaparecidos. Todos podemos sentirnos identificados con este ejercicio de posmemoria, sobre todo aquellos que vivieron y viven todavía en el deseo de recuperar los restos de familiares desaparecidos. Y los que no estamos en ese caso, igualmente compartimos la recuperación de la memoria y la historia familiar, con sus luces y sombras. Pero el proyecto de Díaz Burgos es fotográfico, y eso debe dirigirse de una manera concreta, dentro de la línea documental y retratística que ha sido su constante en el ingente trabajo de este gran fotógrafo. En el prólogo, ese que escribió una noche para concretar y decidir qué y cómo hacer, están las claves, sobre todo una: la realización de un recorrido y un retrato inverso, apropiarse con la mayor honestidad de aquello que pudo ser la mirada del abuelo, que ella fuera la que marcara el camino, un camino que dirige lo que fue la biografía, lugares de vida, de trabajo, de triste muerte. Así, el nieto visita todos esos lugares de Andalucía, Marruecos, Madrid, Cartagena y Canarias, el punto final, el más oculto hasta hoy. Los guiños que hace a la narración y la vida de Manuel le obligan a añadir espacios, lugares a sus recorridos fotográficos, a hacer de sus fotos lugares de posmemoria. Reinvención o suposiciones basadas en lo que le han contado y encontrado, o en lo que, una vez identificado con el abuelo, Díaz Burgos cree en buena lógica que no pudo ser de otra manera. Así aparecen los toros, las tascas, las iglesias de Sevilla, las procesiones, un mundo coherente con lo conocido y que se convierte no en la verdad sino en “lo real” a través del pensamiento, la actitud y la sinceridad necesaria del nieto, y las redes tejidas con la familia. La fotografía persigue a la narración, no son ilustraciones, sobrevuelan, traducen la historia y los lugares en la foto desde la mirada del abuelo. Pero ahí sigue estando la calidad, la entrega, la exigencia que siempre pone Juan Manuel Díaz Burgos en lo que hace.

Otro aspecto que aparece en este proyecto es la evolución de la foto hacia el desenfoque por zonas y las alteraciones o creaciones de color y luz, todo ello con la idea de relacionar esa visión de la que hablaba antes con lo borroso de una mirada perdida en la memoria de los otros.


Exposición y libro, en esa lógica fotográfica que se ha hecho necesaria actualmente, recogen un trabajo muy extenso, fotográfico, artístico, narrativo y documental. Es un trabajo muy personal que debía ser como es, con un recorrido muy largo lleno de reflexiones que quedan en el libro, desde la foto de un solar en la calle Trastámara de Sevilla, donde nació Manuel (parece que quedara así como en espera, en un acto metafórico de respeto hasta que el fotógrafo pudiera llegar), hasta la sombra de Juan Manuel y Mercedes ante la fosa común nº 2 del cementerio de Vegueta donde se le enterró.


Magníficas fotografías que funcionarán también fuera del libro y la exposición, que transmiten la melancolía necesaria en el proyecto, que contagian el recuerdo y lo hacen nuestro. Tal vez sea ahora la recuperación de la memoria lo más importante, algo que se agradece por ser de justicia, el valor de hacerla extensiva (ya lo vimos en Calle del Ángel) pero quedará siempre el trabajo artístico de este gran fotógrafo. 



 

Agradezco sobremanera a Juan Manuel el haber colaborado en su proyecto, aunque sea mínimamente. El haber trabajado con el álbum de mi familia en proyectos anteriores y con otros álbumes en proyecto me llevan a entender perfectamente el trabajo de Juan Manuel y valorarlo mucho. Realizar una intervención sobre el retrato de Manuel Burgos Monsalves ha sido un honor.