miércoles, 21 de febrero de 2024

Presentación en el Museo Gaya de El castigo del exiliado


 

 

 

Pellizcos de vida capulina.

 

Sobre Antonio Gómez Ribelles: poeta y pintor, a veces exiliado.

 

por Manuel Madrid

 

 

 

Leer un libro de Antonio Gómez Ribelles es como participar en un juego de rol. Hay algo misterioso, fantástico, como si la realidad se vistiese a veces con trapos de ficción. Es como una llamada taimada a acceder a un laberinto sin suponer que en los primeros compases escucharás, sentirás, percibirás, descubrirás… que el dueño de todo esto ha arrojado la llave haciendo que hable el agua. Un sutil glup, glup, glup que se traga también nuestra ingenuidad, nuestra vanidad, nuestra apariencia.

 

Todo lector, desatinado y descolocado ante lo extraño, no es del todo consciente de estar ya en otro plano cada vez que abre un libro. Ya dentro, desde el mismo prólogo, en este “nuevo lugar”, ha pasado a ser un dibujo más, una silueta sin rostro, alguien que ha ganado un nuevo derecho: el de la anonimidad. Somos lectores sin rostro, como esos ingenios electrónicos programables capaces de manipular objetos y realizar diversas operaciones. Todo aquel que acceda a ‘El castigo del exiliado’ debe saber que ha de irse de su mundo para entrar en otro.

 

Al principio puede parecernos enmarañado, como la corteza del nopal, de la higuera de Indias, el higo de pala o de tuna de toda la vida, que sin embargo esconde un fruto verde amarillento, elipsoidal, espinoso y de pulpa comestible. Una auténtica delicia.

 

Esto es lo que, de golpe, me ha sugerido este poemario: un goce permanente, como el del más sutil y exquisito fruto que alguien me diera a probar. Algo fino, fino, fino. Toda esta finura está compuesta, sin embargo, de trozos, de fragmentos, fracciones de otros tiempos, pedazos de ayer, terrones de alegrías fosilizadas, chispas, migajas, menudencias, limaduras, virutas de otras épocas. Todo esto, lo que llamamos HOY, está formado por pellizcos de vida capulina, como llaman los mexicanos a la buena vida. Vida y milagros, al fin y al cabo, “conjunto pormenorizado de los hechos que constituyen la vida de alguien” (RAE). La de Gómez Ribelles: poeta y pintor.

 

Parece que el pintor no tiene suficiente con afanarse con la paleta. He aquí un caso extraordinario de bardo que pinta. Todos pintamos algo en este mundo. En ‘El castigo del exiliado’, la segunda obra que publica la editorial La Nube de Piedra del davinciano artista Luis González-Adalid (hombre que piensa, hombre completo: pintor, escritor, diseñador, editor…), hay un poeta y un pintor, “exiliado a veces”. Un Gómez Ribelles utópico, aferrado a las “ligeras posibilidades” que dan los sueños cuando parece que hemos perdido también la capacidad de soñar. El poeta y ensayista de Tulsa, Oklahoma, Ron Padgett, destila en su obra una ironía trágica y una tendencia a abrazar el costado cómico de las cosas. A modo de curiosidad, aparece aquí con una sola T, y alrededor de su cita, “yo me acuerdo de cosas perdidas”, me gustaría devolverle la T OLVIDADA a través de cinco términos que cita Gómez Ribelles que empiezan por T y que bien podrían apuntalar esta magnífica propuesta:

 

TROZO TIEMPO TEMBLOR TRAGEDIA TODO

 

A raíz de aquel incendio que destruyó parte de un bosque, Ron Padgett no solo se acordó de cosas perdidas, sino que le invadió una deliciosa tristeza por los objetos. A Antonio Gómez Ribelles le sucede lo mismo. Su poesía es, sobre todo, gráfica. Hay una preponderancia de las imágenes. Y como es hijo de la sutilidad, construye poemas de tela, poemas-lienzo, que son también como carabelas de aviso, pues en todos ellos hay como un anuncio o advertencia que conviene tener en cuenta.

 

En las obras que hizo para el centenario del Suplemento Literario de LA VERDAD y que publicamos en Ababol, Gómez Ribelles produjo imágenes poéticas a partir de los poemas de Antonio Oliver Belmás, y en todas ellas incluyó palabras importantes en la obra del poeta cartagenero: «Rosa», «ciudad», «peine», «luz», «agua sin estrellas».

 

Si analizamos ‘El castigo del exiliado’ con esta misma metodología, buscando esa “palabra combustible” con la que el propio Ribelles navegó entre las aguas de dominio público de Oliver Belmás, tenemos que hablar de casas que son como islas plegadas, como si fueran cajas de papel pintado que representan el mundo (pág. 45), de mentiras bien contadas, de luces que ya no alumbran, de los fríos del exilio, de las navajas que todos guardamos en los bolsillos, de finales buscados, de no haber sido lo que se esperaba de nosotros, de volcanes que están siendo permanentemente avivados por el correr de los días, y de los años…

 

A mí particularmente me maravilla y me intriga al tiempo la habilidad de Gómez Ribelles para “ver las cosas desde la frontera”, para monumentalizar momentos supuestamente anodinos de nuestras vidas. En el poema ‘Las afueras’ (pág. 15), por ejemplo, queda todo dicho: “Ver las cosas desde la frontera. Desde la atmósfera exterior de cada cuerpo. Como el hueco que dejan en el aire. Ver las afueras de los objetos y las personas. A veces hay algo que irradian”. Esto que irradian es lo que él ve, y retiene, y se afana por compartir porque es lo que, al fin y al cabo, todos tenemos en común. Que la vida es solo un gas. Que la vida es un dimanar.

 

Me siento agradecido por este libro, por esta forma de mirar tan pensada, tan inteligente. Somos afortunados con poder leerte y tenerte. Por muchas razones, el poema ‘Armario’ (pág. 19) cobija todas las maravillas, y también todas las claves, para salir del laberinto en el que Gómez Ribelles nos ha metido. “Dicen que la piedras guardan la memoria, y que la tierra las esconde, la arena solo por un tiempo. El agua no, el agua es como un olvido, pero la tierra se va moviendo hasta ceñirlas y conservarlas en el abandono, hasta que tú las salves y las guardes, de nuevo en una caja”. Pienso que Ramón Gaya habría querido perder algo de su tiempo a tu lado.

 

 

 

Manuel Madrid

Museo Ramón Gaya

20/2/24 Murcia

1 comentario:

Manuel dijo...

Muchísimas gracias por la invitación, fue un gusto acompañarte Antonio y te deseo lo mejor con todos los proyectos que emprendas. ¡Un abrazo!