Palabra, lugar. MUBAM 2014



Una entrada en la revista digital de fotografía Visual Huesca
https://visualhuesca.wordpress.com/2014/05/23/en-la-caja-de-galletas-by-antonio-gomez-ribelles/





Pinturas. Acrílico sobre lienzo.



116 X 150


100 X 160


Tríptico 130 X 97 c.u.



100 X 100


100 X 81


81 X 100


81 X 100


81 X 100


81 X 100


81 X 100



Dibujos
Mixta sobre papel
28 X 19 cm c.u.





Quince personajes






Nación del Sueño












La nena.  250 X 193,5




Quizá no hubiera debido…


Quizá no hubiera debido escribir estas líneas sobre la pintura de Antonio Gómez, porque, cuanto más la contemplo, más pienso que un arte como el suyo, tan especial y que consigue con una escueta plástica despertar emociones profundas y cercanas, difícilmente se puede enmarcar en una serie de consideraciones teóricas.
Pero,  los historiadores del Arte siempre  hemos intentado, con mayor o menor fortuna, dar definiciones que encuadren el quehacer artístico, pretendiendo marcarle límites cronológicos o estilísticos, líneas de nacimiento, letargo o muerte, relaciones o aislamientos.
Voy a iniciar mis comentarios esbozando aquellos aspectos del arte de Antonio, manifiestos en estas obras, que me traen a la memoria, y, nunca más oportunamente empleada esa palabra, otros movimientos artísticos y otros artistas, intentando buscar su lugar en un tiempo estético tan complejo como el que ha heredado y que lo conducen  a su propio lenguaje expresivo.
Sus obras, en lo que se refiere  a un uso de la fotografía como inspiración  o como punto de partida, su colorido concentrado en un escueto blanco y negro y sus personajes, representados en una atemporal, pasiva y , a veces, “indefinida” actitud que les hacen desmarcarse de una estricta estética realista, nos recuerdan a muy parecidas demostraciones empleadas, a veces, por artistas del “pop” americano y por las tendencias realistas de los años 60 en Europa, que pretendían una renovación de la pintura abstracta y gestual  de años anteriores. Sin olvidar que el “tiempo detenido” y el lenguaje realista son unas de las primitivas bases del Surrealismo. Y no debemos, tampoco, olvidar que Malevich consagró el negro sobre blanco como la esencia del color en el Arte.
Hopper fue retomado, posteriormente, en la representación de sus personajes anónimos, sentados viendo pasar el tiempo o tomando el sol, quizá reflejando su nostalgia de Chirico. Y lo fue, entre otros, por Hocney y Alex Katz , que, a pesar de su frecuente delirio colorista, no olvidaron la dualidad cromática del blanco y negro y el empleo de la base fotográfica.
Y si bien en el enunciado de Breton y Man Ray “La fotografía no es un arte”,  intentó su exclusión de los circuitos plásticos, desviándola a territorios meramente comerciales; posteriormente, el mismo Man Ray nunca dejó de investigar sobre ella, volviéndola a incorporar a una categoría y usos artísticos que ya nunca abandonó.
Pues bien, teniendo en cuenta lo anteriormente referido, queremos, ya, centrarnos en la pintura que , aquí, nos muestra Antonio, de raíz claramente autobiográfica, intimista y poética.
Según sus propias palabras, casi todas sus obras tienen su  origen en fotografías familiares, ampliamente manipuladas, que se encontraban en una vieja caja de galletas, y que son su raíz argumental usada con total libertad. Sin embargo, y aún partiendo de una base común , como ya hemos señalado, hay notables diferencias en los conceptos representativos y en el lenguaje pictórico que plasma en las distintas series que  forman esta muestra y esto se evidencia, sobre todo, en la tipología de sus personajes y, en la forma de tratar la superficie y la materia pictórica.
En sus “Cuadros” sus personajes son “fríos”, distantes entre ellos, aunque se sitúen en grupos, y, por tanto, al espectador, como actores inmersos en su figurado papel de afanados comensales sin nada en el plato, asentados en una desértica playa, más anímica que real. Son figuras están muy bien definidas sobre el fondo blanco por un trazo negro enérgico y geometrizante que las aísla de un  espacio atemporal.
En cuanto en sus “Fotografías”, trabajadas sobre papel y modos acuarelistas, aparecen en ellas niños, hombres y mujeres, o bien sus retazos, semiocultos por blancas veladuras que aportan un toque mágico e indefinido a estas representaciones un tanto fastasmales, Toque mágico acentuado, muchas veces, por la presencia de unas hojas que pretenden ser instantes suspendidos de la memoria del pintor.
Y si en los cuadros, antes comentados, los personajes nos eludían, aquí si nos interrogan, a veces, con la expresividad y fijeza de unos ojos que nos recuerdan la fuerza emocional de los de los antiguos iconos, contrastando con otras siluetas veladas  pero individualizadas por el trazo negro del que ha hablamos. Quizá en estas últimas y en las representaciones de  los fragmentos corporales se evidencie el recuerdo indeciso del pintor , frente a la mirada directa y profunda con la que le interrogan los niños  y que no le permite olvidarlos.
Y al final de estas líneas, que me han permitido, una vez más, reflexionar y recrearme en una obra no habitual en nuestros días por, entre otros detalles, su poética profundamente humanística , sigo pensando que quizá no hubiera debido…

Mari Carmen Sánchez-Rojas

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