domingo, 28 de enero de 2024

LA VERDAD. JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO


 

Gómez Ribelles, el hombre que pinta y escribe

'El castigo del exiliado' es el último libro del autor afincado hace décadas en Cartagena, publicado por Luis González-Adalid en la editorial La Nube de Piedra

José Luis Martínez Valero

Sábado, 13 de enero 2024, 09:39

El pasado es una puerta entreabierta. No podemos entrar, pero nos aventuramos a ver lo que hay dentro, en esa semioscuridad, como de todo paraíso, que hemos perdido, nos quedan las palabras, nombres como imágenes, esas navajas en los bolsillos, el perro cojo, las fronteras, los límites...

A veces es la caja donde guardábamos para después, las chapinas, las orejas de fraile, los conejitos, los cristales y las piedras de jaqueca u ojos de santa Lucía, todavía llegué a guardar las bolas de cristal que servían de flotadores, eran verdes como un rincón de mar.

Antonio Gómez Ribelles (Valencia, 1962) es pintor y poeta. En ambos oficios se utiliza el gris. A veces es ese color desvaído, casi amarillento con el que las fotografías adquieren conciencia de la edad, porque ellas sí saben del tiempo.

Es imposible vivir ese estado de gracia de las primeras experiencias, pero a veces lo hallamos en un poema, un cuadro

El gris del dibujo y el gris de la escritura se parecen, hasta el punto de que, si miramos una página a cierta distancia, cuando sólo vemos las líneas y no es posible distinguir las palabras, semeja una tierra cultivada, con más o menos acierto, supongo que la firma podremos compararla con una nube o un pequeño charco, si pensamos que esas líneas son calles. El dibujo ofrece una figura, representa algo que quizá podamos identificar.

Tiempo y recuerdo

El texto y el dibujo son abstracciones que podemos leer. El primero utiliza un alfabeto, aunque con variantes, aceptado por la comunidad de hablantes; el dibujo se sirve también de otro alfabeto, subjetivo, cuyos trazos podremos atribuir a un autor determinado. Ambos tienen voz propia.

El tiempo es aliado del recuerdo, se dice que lo recordado está unido a nuestro corazón, significa que de algún modo permanece siempre en nosotros, aunque nos hayamos ido del lugar, aunque nadie ni nada perdure ya. Sin embargo, a veces, queda el perro cojo y hambriento, que acompaña y pone un punto de realidad, trágica e irónica, en ese mundo que esperábamos encontrar.

Ser exiliado es condición del hombre. Antonio se siente desterrado ¿de su infancia? Quizá no se refiere sólo a ese paraíso. El expulsado vive en un territorio que no le pertenece, busca su patria. ¿Y si fuese un expatriado por poeta y pintor? El destierro sería doble. Son estas circunstancias las que mantienen su estar en el mundo. El hombre que pinta o escribe siempre busca algo.

Aunque quien pinta y quien escribe se parecen, no ven del mismo modo. Los ojos del pintor penetran en la realidad, mientras que los del poeta, al no disponer del asidero de la línea, tienden a dispersarse, contemplan el objeto o el tema, pero la palabra es confusa, gastada por el uso, en tanto que la línea sobre el plano siempre es nueva. Lo ideal sería que la palabra cayese sobre el papel como un cristal transparente para mostrar que su realidad existe, como ocurre en aquel cuento donde al decir: ¡Sésamo, ábrete!, se abría la puerta y aparecía el tesoro.

En el caso de Gómez Ribelles, ¿por el hecho de compartir ambas maneras de estar en el mundo, habría alguna diferencia?

«Empeñados en explicar todo por su nombre / olvidamos que hay palabras / que ya no pueden nombrar / y luces que no alumbran»

Me propongo comprobar si, el hecho de ser pintor, significa algo en los poemas. Desde el cuadro y la página, ambos ya acabados, podríamos analizar afinidades. En la composición ha habido expectativas y métodos semejantes, el proyecto inicial quizá se ha logrado y, una vez concluido el trabajo, el autor se siente satisfecho. Claro que, también puede ocurrir que, al ver la línea sobre tela, cartón o papel, experimente un cambio, bien porque desaprueba el camino, bien porque la palabra no le parece certera, para evitar estos giros previsibles, tanto el pintor como el poeta disponen de ciertos recursos. El poeta anula la palabra, utiliza otro verso, altera el orden, lo elimina porque supone un desvío.

Vida vegetal

¿Qué hace el pintor? Imaginemos que la línea y el color no responden a lo que se ha propuesto, había proyectado unas manchas amarillas sobre verde, distribuidas en rectángulos que conforman la idea de arbolados o cultivos paralelos. Pero encuentra que el resultado es rígido, entonces interviene con un negro o verde oscuro que reste luz al amarillo para que adquiera cierto movimiento, quería que representase vida vegetal, quizá lo ha logrado. Ahora plantea algo en gris, distintos tonos. La imagen es nítida, busca mostrar el paso del tiempo, tendrá que diluir la imagen, algo así como si la viésemos bajo el agua.

En el último poema titulado: 'En la salamandra', la segunda estrofa formula de modo explícito el método que ha seguido. Leo: «Tendría que haber hecho algo, / me diré más tarde, cuando el tiempo / haya pasado y yo sólo lo haya dedicado / a la contemplación de las líneas / que parecen detener las cosas / por un momento, sólo por un momento. / En realidad siempre se conservan intactas / dentro, en la llama». El poema, como epílogo, supone una valoración del libro: «Tendría que haber hecho algo». A modo de 'captatio benevolentiae' reconoce que no es suficiente. La experiencia no ha sido del todo satisfactoria. El autor expone la diferencia entre proyecto y obra. Los versos que siguen convierten al texto en un cuadro: «contemplación de las líneas», inmediatamente hace una afirmación que podría ser pictórica: «líneas que parecen detener las cosas». Poema y cuadro son definidos como conjunto de líneas destinadas a detener el paso del tiempo.

Comunión con la palabra

El cuadro y el poema tienen la misma finalidad: fijan la contemplación del ser, el instante donde el ver. sabe; muestra su esencia intacta, razón por la que el libro termina en llama, la llama es luz. Se dice en el mismo poema, que leer es plegaria. Por la oración entramos en comunión con la palabra, conocemos su desnudez, asistimos a su aparición, el artista no nombra, sino que revela. El primer poema, 'Mudanza Eco', en su último verso establece el tema que va a ser tratado: «Yo me acuerdo de cosas perdidas». Es fundamental que para recordar algo, necesitemos haberlo perdido. Es preciso constatar que hemos abandonado el lugar para que forme parte de nuestro recuerdo: «Ya no estamos aquí. Nos fuimos».

El poeta y pintor se pregunta: «¿Dejan las cosas de estar / cuando no las ves?». Las cosas son porque las recordamos, han alcanzado otra manera de estar. Hay algo de sagrado, secreto, en esa revelación: «Lo veré todo sin poder entrar. / Lo veo todo sin poderlo ver».

'Armario', es el poema donde están depositadas las cosas que han acompañado nuestra infancia. En él figura esta leyenda: «Dicen que las piedras guardan la memoria / y que las tierras las esconde, / la arena solo por un tiempo. / El agua no, el agua es como un olvido, / pero la tierra se va moviendo hasta ceñirlas / y conservarlas en el abandono, / hasta que tú las salves y las guardes / de nuevo en una caja». Estas piedras son como libros o cuadros que contienen nuestras primeras experiencias sensoriales, nuestros ojos y el tacto, incluso huelen si las golpeamos, o puede que conserven la sal primera. Son el testimonio de encuentros que ahora comprendemos como definitivos, pero el niño no tiene memoria, desconoce esos departamentos donde conservamos y valoramos los recuerdos. En su ingenuidad, no distingue, vive el todo, no analiza.

'EL castigo del exiliado'

'EL castigo del exiliado'
  • Género. Poesía

  • Editorial. La Nube de Piedra

  • Autor. A. Gómez Ribelles

Para convertirse en hombre ha de perder cosas, conocer los límites de su existencia, convertirse en un exiliado. Es entonces, cuando echa de menos aquello que quedó en algún lugar como testimonio, guardado u oculto bajo una losa, en una grieta. El adulto confiesa que sólo guarda el tiempo, no los sitios. El lugar es un testimonio engañoso, inseguro.

'Pareidolia' se dice cuando identificamos sobre ciertas superficies rostros o figuras. Sería una característica del pintor, descubrir esas manchas, líneas, rasgos en el terrazo del suelo, en las paredes. Como ocurre también con las nubes, donde vemos perros, gatos, y caras, un ver siempre efímero, pues cuando de nuevo levantamos la cabeza, ya no están. Estas apreciaciones no son exclusivas del pintor, sin embargo, sí su actitud personal, dice: «Las sigo viendo. / A veces les pongo nombre / y bautizadas las adopto. / Son preciosas. / Otras son solo silencio. / Quedan ahí para otro día. / No se van / ni se pierden».

Si mantenemos esa diferencia entre pintor y poeta, un juego de espejos en los que se refleje la imagen o la palabra, puede que los consideremos como líneas paralelas que nunca llegan a juntarse.

Destierro

Por último, leo del poema 'Otras luces no sirvieron' su estrofa final: «Empeñados en explicar todo por su nombre / olvidamos que hay palabras / que ya no pueden nombrar / y luces que no alumbran». La irrealidad, el destierro, sucede tanto en la palabra como en la imagen, los nombres y las luces pierden esa comunión primera, el encuentro, la revelación. Este es el castigo, tener que inventarlas para hacer que se parezcan a lo que fueron. Imposible vivir ese estado de gracia de las primeras experiencias, pero a veces parece que lo conseguimos, lo encontramos en un poema, en un cuadro. Es necesario escribir, pintar para dar con la verdad que han sido, han representado, porque mantienen con vida al poeta y al pintor. Es preciso imaginar puertas, seguir en el camino, no perderse en el bosque. Si pintor y poeta ven el árbol, puede que coincidan en el claro del bosque.

sábado, 27 de enero de 2024

NOTAS DE ILDEFONSO RODRÍGUEZ

Me envía Ildefonso Rodríguez desde León estas notas tan lúcidas sobre su lectura de El castigo del

Exiliado, y que con su permiso publico aquí. 

Gracias, porque es un placer saberse leído con esta atención y amabilidad.

 




Notas en pequeño despliegue a partir de la lectura de El castigo del exiliado.

 

Por Ildefonso Rodríguez

 

 

 

Fui apuntando en papelitos mientras leía; después los barajé sin ánimo de construir un discurso coherente, solo estas anotaciones.

 

Leía  con ganas, con esas ganas que dan los poemas de un libro desde dentro de cada uno de ellos.

 

Cartografía de un territorio; el poema, a veces, vendría a ser  una cuadrícula, un segmento de aquél.

 

Poética de las cosas, en la presencia, en el recuerdo, en la ideación, alzada no solo con palabras, también con el pulso del dibujante, Leo cosas dibujadas, se me ocurrió pensar en algún momento.

 

Los detalles, amor a los detalles, a la precisión (como en la cita de Kavafis, el sol daba sólo en una mitad de la cama, y hay que decirlo, era así y no de otro modo).

 

Inolvidables: un perro, también un reloj, un armario, un loco o que se lo hace travestido, un volcán, un patio de luces (infancia siempre del deseo), el telo de unas tazas de leche, la lectura homérica. Pero, sobre todo, un perro y una casa. Se me ha quedado rondando el poema “234”.

 

Unos ojos enturbiados, como también, las fotografías, esclerosis del cristalino en ojos y fotos.

 

Un espejo velazqueño (o una escena de Hopper también —en la página diecisiete—; y también los cuatro últimos versos de la página cuarenta, qué modo de contar la ausencia).

 

En la página cuarenta y tres “Aedo” es una poética definida y delimitada.

 

Poesía de lo visto sentido.

 

Las capas de lo real,  interiores, exteriores, dentro, fuera. Espacialidad, perspectivas.

 

Arte de papiroflexia, plegar el recuerdo y lo presente.

 

Animalidad de las cosas (cuarenta y cinco).

 

Me parece que es una poesía que aprendió bien la lección del relato poético de los sajones.

 

Afinidades entre nosotros: la  pareidolia, las cataratas, de ambas cosas padezco.

 

[Patio de luces: qué deriva es siempre la lectura, cómo podría haber yo adivinado que aquella imagen vista —escrita— hace más de medio siglo, casi alucinatoria  (pues venía de  un ácido) acabaría llevándome a tu patio de luces y a una cabeza negra de Tutankamon.]

 


 

 

 

Ildefonso Rodríguez es poeta y músico. Miembro fundacional de dos revistas literarias (Cuadernos leoneses de poesía y El signo del gorrión) y colaborador de otras publicaciones.

Su obra poética comprende los libros Mantras de Lisboa (Valladolid, Ediciones Portuguesas, 1986), Libre volador (Arenas de San Pedro), Libros de la peonza, (1988), La triste estacion de las vendimias (León, Provincia, 1988), Mis animales obligatorios (Sevilla, Renacimiento, 1995), Coplas del amo (Barcelona, Icaria, 1997), y Escondido y visible, en colaboracion con el pintor Esteban Tranche (León, 2000). En 1998 apareció su primer libro de narrativa, Son del sueño (Madrid, Ave del paraíso).

Es saxofonista profesional, dedicado al jazz y a la improvisacion libre.

miércoles, 3 de enero de 2024

ELCASTIGO DEL EXILIADO

 

En Cartagena aparece el nuevo y muy cuidado sello editorial dedicado a la poesía LA NUBE DE PIEDRA, de la mano de Luis González Adalid, y tengo el orgullo de que aparezca editado mi nuevo poemario El castigo del exiliado, después del que fue el primer número, Realidad, de Paco Carreño.

 

 

 


 

Cuando el tiempo no se mide por una sucesión de hitos sino por la forma de vivir ese tiempo, las imágenes que llenan el pensamiento se superponen y nos enseñan un pasado que se acumula y te rodea siempre. Y es entonces cuando todas las capas se incluyen, se penetran unas a otras, y aparecen las personas imaginadas, los libros leídos, los paisajes perdidos y una conciencia de pertenecer a todos esos momentos que, a la vez, nos vuelven exiliados de aquellas otras tierras, íntimas, privadas, secretas, de las que fuimos separados. Las odiseas personales arrastran siempre un castigo y un deseo, el castigo de añorar lo perdido y el deseo de volver a crearlo. Todo se reconstruye en los relatos, todo se rehace después de las batallas.

 

 

Prólogo

 

Es probable que en el nuevo lugar

sigamos siendo felices

hermosos y elegantes

Al menos, que exista esa ligera posibilidad;

o que nada mejore y soñemos siempre el retorno

por caminos cada vez más alejados

de aquello que fue nuestro.

 

 

 

Antonio Gómez Ribelles (Valencia, 1962) es fundamentalmente un artista plástico que cuenta con numerosas exposiciones individuales en galerías y salas institucionales, participaciones en ferias y exposiciones colectivas, portadas de libros y carteles. Artista multidisciplinar, es también poeta y sus catálogos y exposiciones cuentan con aportaciones poéticas propias.

 

Como escritor, ha realizado textos para catálogos de otros artistas, publicado en revistas literarias, participado en obras colectivas y presentaciones. Colabora habitualmente con la revista literaria El coloquio de los perros.

 

Ha publicado la plaquette El libro de las ciudades (2000), y los libros Quiromante, un libro de imágenes (Calblanque, 2017) y Las lagartijas guardan los teatros (La estética del fracaso, 2021).

 

 

https://luisadalid.es/zambucho/ 

 

https://luisadalid.es/zambucho/arasdetierra/