MARZO DE 2018
La
mirada total
El Diálogo que hoy presentamos no parte de
una obra pictórica concreta, sino que excepcionalmente lo hace a partir de una
serie de instantáneas fotográficas de Ramón Gaya tomadas en diferentes momentos
de su vida, de las que Antonio Gómez se ha servido como material compositivo,
destacando en ellas los ojos, la mirada del pintor. Las fotografías son en
manos de Antonio precisamente eso, una materia orgánica, una sustancia más de
diálogo consigo mismo y con su obra, muy fiel en los últimos años a
determinados hilos conductores que atañen al tiempo y a la memoria, por
expresarlo resumidamente. Lo cierto es que cuando Antonio me mostró los
bocetos, ya muy trabajados, de su Diálogo,
lo escuché de inmediato. Su propuesta
me pareció muy personal y valiente y, como toda la obra de Antonio que conozco,
minuciosamente meditada y ejecutada con suma delicadeza; y, lo más importante, honesta
y respetuosa con Gaya y consigo mismo. Si en algo se asemejan verdaderamente
las obras de Gaya y Antonio Gómez es en su compromiso ético y estético. Ambos
son creadores obedientes que se sitúan ante su obra de una manera limpia y
silenciosa; pero apunto dos correspondencias bien palpables; una: el fruto seco
del brachychiton es un motivo
recurrente en buena parte de la obra de Antonio y, como la copa de Gaya, es también
un continente, un símbolo del misterio de la creación, la realidad y la vida; dos:
la obra de Antonio nos llega igualmente reforzada y acompañada por multitud de
textos propios que van de la poesía al apunte reflexivo y configuran una suerte
de bitácora de su experiencia artística.
En cuanto
Antonio me propuso escribir algo para su Diálogo,
me apresuré a adentrarme en los escritos de Gaya convencido de que encontraría
no pocas consideraciones suyas sobre la necesaria condición del saber ver en el arte. En cierto modo
“recordaba” haberlas leído y lo primero que hice fue revisar las páginas y
párrafos que con los años he venido señalando; pero, para mi sorpresa, no
encontré mucho al respecto. Gaya reflexionó y escribió abundantemente sobre la
soledad y el silencio, sin duda los dos grandes pilares de su obra, sobre los
que reposa todo su ver. Su impecable
obra pictórica, sus lúcidos escritos, su vida, su persona, su propio y singular
semblante, son ya un ver en sí mismos
y dan fe de la profunda hondura de su saber mirar. Como Tomás Segovia escribe
en un hermoso poema que le dedica: “Tuvo
que haber alguno/ Que siguiera mirando como en un mediodía/ Sin dejarse
arrastrar al parpadeo / Tenía que haber ése/ Y ése tenía que entregarnos / El
mundo que es el nuestro / No repitiéndolo ni suplantándolo / No dando de él
siquiera testimonio / Sino dándonos fe de su presencia".
En El sentimiento de la pintura, refiriéndose
a Vermeer, Gaya valora mas su forma de mirar que su manera de pintar, confesando
que le parecía que el holandés sólo era pintor por su mirada; que no podía sumergirse
en la pintura “tocando no su fondo, sino su centro”.
En 1952 le escribe a Tomás Segovia desde París: “yo tengo aquí la sensación de
haber recuperado un miembro o un sentido (un brazo, el oído), y más que ver
y contemplar algo, siente uno que
pasa a ser algo, un espíritu
corpóreo, una verdad”. Y en los últimos compases de Velázquez, pájaro solitario, Gaya dice del maestro sevillano que
“vive tranquilamente aposentado en la totalidad (…), y desde esa altura es desde donde contemplará todo,
el Todo. Ese totalizador golpe de vista único lleva implícitas, fundidas en sí,
varias maneras de abordar la realidad". Así, los bodegones, las
naturalezas muertas, los retratos o los paisajes “no han de ser, para
Velázquez, géneros ni... temas, sino visión, diferentes
cualidades de una visión total".
Mucho habría
que añadir sobre el propio arte de la fotografía, que Gaya llega a definir como
“el arte de la mirada". Las fotografías, muy presentes en el devenir
cotidiano de Gaya a lo largo de toda su vida y fieles compañeras en las
ediciones de sus cartas y sus escritos, configuran sin duda un valiosísimo
legado que habla por sí solo, y mucho, desde su silencio; es decir: son también
lo suficientemente importantes y elocuentes en sí mismas como para trazar en el
tiempo, igual que ha hecho Antonio al servirse de ellas, una biografía
silenciosa de Gaya. Miremos, pues, escuchemos virginalmente desde esa memoria
tan completa a Ramón Gaya y Antonio Gómez en este Diálogo puramente visual. Porque, si de ver en silencio y en soledad se trata, pocas cosas existen más
silenciosas e íntimas que la mirada.
Sebastián Mondéjar
Murcia, 20 de febrero de 2018.
Reseña de Pedro Soler en ABABOL
Charla coloquio, Museo Gaya 27 de marzo de 2018 |
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