sábado, 17 de marzo de 2018

ANTONIO GÓMEZ SE HACE UN SELFIE CON RAMÓN GAYA.


Por Francisco José Sánchez Montalbán







Antonio Gómez se hace un selfie con Ramón Gaya. Un viaje orgánico al espejo que el primero llama diálogo porque entra y sale, va y regresa entre él mismo y la apócrifa presencia del segundo. 


Es un autorretrato gráfico porque sombrea en los ojos y en las involuntarias miradas de los seres humanos la propia auto-representación, la posibilidad de rescatar una performática autobiografía de una carne blanca, de un recuerdo melancólico y doméstico que hablan a un compañero que cultiva jazmines solo para pintarlos. Las preguntas y las respuestas de su diálogo indulgente esconden la urgencia de la conexión entre los dos y la perenne paciencia de la espera. 

Él nombra la luz, los cristales y el brillo de los versos grises sobre el mantel de la mesa puesta. Él, enfrente, por el contrario, le nombra el oscuro silencio de las semillas pobres y estériles. 

Él, le habla de rosas, puentes y tazas servidas de café antiguo y sazonado. Él, al otro lado, le responde perdido y aislado entre los millones y millones de seres humanos que rompen desnudos su aislamiento en un enjambre sin miel.

Él, sirve una copa de la botella de vino que acaba de pintar, en la copa que acaba de pintar, sobre el mantel que acaba de pintar, con el diálogo que acaba de pintar. Él, el de este lado, responde con el smartphone que acaba de coger, se mira en el espejo digital que acaba de encender y empieza a teclear su nombre sobre la luz y a pintar la conversación.

Él trajo unos bocetos del silencio y del cristal. Él, el otro, antiguas fotos del viento.

Él, habló de Velázquez. Él, el nuestro, de un piano alto y familiar.

Ambos se dijeron cosas a sí mimos.








Fotografía: Javier Salinas

miércoles, 14 de marzo de 2018

Diálogos en el Gaya. Sebastián Mondéjar.




Muy agradecido





El pintor, cuando  pinta, no sólo ve cosas, sino que ve y escucha o se escucha, y del buen enlace que haga de eso que está viendo en la realidad con eso otro que está escuchando en lo profundo de sí mismo depende que la obra de arte se realice verdaderamente.

Carta a un Andrés
Ramón Gaya, México 1940


 El arte es, por lo tanto, la búsqueda de un encuentro.

Carta a un Andrés
Ramón Gaya, México 1944




La mirada total

El Diálogo que hoy presentamos no parte de una obra pictórica concreta, sino que excepcionalmente lo hace a partir de una serie de instantáneas fotográficas de Ramón Gaya tomadas en diferentes momentos de su vida, de las que Antonio Gómez se ha servido como material compositivo, destacando en ellas los ojos, la mirada del pintor. Las fotografías son en manos de Antonio precisamente eso, una materia orgánica, una sustancia más de diálogo consigo mismo y con su obra, muy fiel en los últimos años a determinados hilos conductores que atañen al tiempo y a la memoria, por expresarlo resumidamente. Lo cierto es que cuando Antonio me mostró los bocetos, ya muy trabajados, de su Diálogo, lo escuché de inmediato. Su propuesta me pareció muy personal y valiente y, como toda la obra de Antonio que conozco, minuciosamente meditada y ejecutada con suma delicadeza; y, lo más importante, honesta y respetuosa con Gaya y consigo mismo. Si en algo se asemejan verdaderamente las obras de Gaya y Antonio Gómez es en su compromiso ético y estético. Ambos son creadores obedientes que se sitúan ante su obra de una manera limpia y silenciosa; pero apunto dos correspondencias bien palpables; una: el fruto seco del brachychiton es un motivo recurrente en buena parte de la obra de Antonio y, como la copa de Gaya, es también un continente, un símbolo del misterio de la creación, la realidad y la vida; dos: la obra de Antonio nos llega igualmente reforzada y acompañada por multitud de textos propios que van de la poesía al apunte reflexivo y configuran una suerte de bitácora de su experiencia artística.

En cuanto Antonio me propuso escribir algo para su Diálogo me apresuré a adentrarme en los escritos de Gaya, convencido de que encontraría no pocas consideraciones suyas sobre la necesaria condición del saber ver en el arte, que en cierto modo “recordaba” haber leído; pero eran menos de las que creía . Y es que Gaya reflexionó y escribió abundantemente sobre la soledad y el silencio, sin duda los dos grandes pilares de su obra, en los que reposa todo su ver. Como Antonio viene a sugerirnos, su entrega total a la pintura, sus escritos, su vida, su persona, su propio y singular semblante son ya un ver en sí mismos y dan fe de su saber mirar. Tomás Segovia lo expresó muy bien en un hermoso poema: “Tuvo que haber alguno/ Que siguiera mirando como en un mediodía/ Sin dejarse arrastrar al parpadeo / Tenía que haber ése/ Y ése tenía que entregarnos / El mundo que es el nuestro / No repitiéndolo ni suplantándolo / No dando de él siquiera testimonio / Sino dándonos fe de su presencia".

En El sentimiento de la pintura, refiriéndose a Vermeer, Gaya valora mas su forma de mirar que su manera de pintar, confesando que le parecía que el holandés sólo era pintor por su mirada; que no podía sumergirse en la pintura, ver el agua y mojarse en ella “tocando no su fondo, sino su centro”. En 1952 le escribe a Tomás Segovia desde París: “yo tengo aquí la sensación de haber recuperado un miembro o un sentido (un brazo, el oído),  y más que ver y contemplar algo, siente uno que pasa a ser algo, un espíritu corpóreo, una verdad”. Y en los últimos compases de Velázquez, pájaro solitario, Gaya dice del maestro sevillano que “vive tranquilamente aposentado en la totalidad (…), y desde esa altura es desde donde contemplará todo, el Todo. Ese totalizador golpe de vista único lleva implícitas, fundidas en sí, varias maneras de abordar la realidad". Así, los bodegones, las naturalezas muertas, los retratos o los paisajes “no han de ser, para Velázquez, géneros ni... temas, sino visión, diferentes cualidades de una visión total".

Algo habría que añadir sobre el propio arte de la fotografía, que Gaya llega a definir como “el arte de la mirada", entre otras contadas alusiones de gran sustancia. Las fotografías, muy presentes en su devenir cotidiano y fieles compañeras en las ediciones de sus cartas y sus escritos, constituyen sin duda un legado que habla por sí solo, y mucho, desde su silencio; y trazan en el tiempo, como ha hecho Antonio Gómez al servirse de ellas, una biografía silenciosa de Gaya. Miremos, pues, escuchemos virginalmente desde esa memoria tan completa este Diálogo puramente visual. Porque, si de ver en silencio y en soledad se trata, pocas cosas existen más silenciosas e íntimas que la mirada.

Sebastián Mondéjar
Murcia, 20 de febrero de 2018.





Fotografía Javier Salinas