sábado, 3 de octubre de 2015

LA CAJA DE GALLETAS.

Poema de José Luis Martínez Valero, homenaje al título de la exposisión
















LA CAJA DE GALLETAS


Yo tuve el mundo
en una caja de galletas,
cuya marca ya he olvidado.
Allí puse todo lo imprescindible
para este viaje.
Durante años la conservé,
bastaba abrirla
para que volviesen aquellos tiempos.
Debió perderse en un traslado
o quedó abandonada entre los trastos.
Hoy recuerdo la caja de galletas
pero no recuerdo lo que guardé.



 José Luis Martínez Valero

EN UNA CAJA DE GALLETAS (2): LOS BAÑOS DE ALHAMA.


José Luis Martínez Valero escribe sobre mi exposición en Alhama. Hace tiempo que él está cerca. Muchas gracias, amigo.






LOS BAÑOS DE ALHAMA

Cuando el pintor deposita en el rostro los rasgos identificativos y muestra el carácter en la armonía del conjunto, consideramos que el retrato conserva la fuerza, que hemos conocido como vida. El alma y el rostro conforman un conjunto irrepetible que los convierte en algo distinto y justifican su nombre.

A veces el artista logra esa diferencia y decimos, sin duda, quien ahí se muestra es aquel mismo que anduvo entre nosotros, entonces deducimos que su autor es un excelente retratista.

Sin embargo, Antonio Gómez se ha dedicado a borrar esos datos relevantes para que todo se constituya como recuerdo. Testimonia así el paso del tiempo que arrasa y confunde diferencias. Claro que, ahora, esta confusión irreversible se hace en el interior de quien retrata, es la memoria del autor la que compone esas figuras, gestos, fragmentos, como prendas colgadas a la intemperie, pruebas de su existencia, porque han cristalizado en la memoria de tal modo que ya son definitivamente  obra de autor.

El rostro que era el espejo del alma, ha desaparecido y, todo aquello que fue su soporte, por la especial taumaturgia del artista se ha convertido en alma, que cuando miramos atentamente se desprende de estas figuras y roza también nuestro recuerdo.

Alhama y sus baños constituyen el lugar adecuado para que se produzca el  encuentro. Basta recorrer este museo para que despierten sensaciones, observad cómo de algún modo las salas conservan las sombras de quienes las poblaron en su día. Estos huecos se nos ofrecen como el espacio de la memoria, tal como una plaza sugiere por el vacío la multitud que contuvo.  Sus dependencias contienen el rumor de las voces, el contacto de la piel y el agua, el desnudo de los cuerpos, las almas de los que aquí estuvieron de algún modo permanecen.

Antonio ahonda en el vacío, hace cómplice al espectador, porque no se interesa por lo obvio, la instantánea que recoge la prensa, busca el rastro que deja la vida.


Todo museo conserva ese halo, tiene el misterio de lo que se ha ido, de lo que está a punto de desaparecer.



José Luis Martínez Valero