martes, 24 de septiembre de 2013

EMERGER










El poema y los cuatro textos que presento a continuación aparecen en el catálogo de la exposición "Emerger", del fotógrafo José Carlos Ñiguez, que se expone en la nueva sala Isaac Peral del Museo Naval de Cartagena. Esta sala acoge desde el 12 de septiembre al Submarino Peral, recién restaurado y por fin a cubierto, después de 125 años de malos tratos. 

Fruto de un encuentro casual con José Carlos, que, entusiasmado con las fotografías que estaba haciendo de la piel del buque, me las enseñó en la propia cámara, nació esta colaboración, que se resolvió entre viajes, llamadas y mensajes, pero con un perfecto entendimiento de lo que estábamos haciendo. Los encuentros inesperados dan estos frutos, mejores que otros más pensados.

José Carlos Ñiguez es un excelente fotógrafo con muchos años de experiencia, que en una exposición brillante nos muestra lo que ya no veremos, la piel dañada del "aparato de profundidades" mientras era restaurado. Sin retoques, pura captura, mirada dura y descarnada, que se acerca al daño con una visión trágica capaz de llegar a la esperanza que ha supuesto el trabajo colectivo de mucha buena gente a la que he visto entusiasmada en un proyecto honesto. 

El autor agrupa las fotografías en cuatro secciones, y cada texto, con su título, ilustra cada una de ellas.

Os dejo la dirección de su página web.
http://www.niguez.com/josecarlos/#/content/

y una reseña crítica de Gabriel Navarro:
http://www.gabrielnavarro.es/2013/09/23/emerger-cicatrices-sumergidas/

y el catálogo completo de la exposición con las fotografías de José Carlos organizadas en secciones y todos los textos, incluido un prólogo de Juan Manuel Díaz Burgos.:
http://issuu.com/niguez/docs/emerger





emerger















El objeto hoy emerge
y su memoria muta y se dilata.

Tal vez sea el tiempo lo que más le duela,
lo que pasa y graba heridas,
llagas donde el acero se convierte
en arenas oxidadas y cenizas,
fragmentos de paisajes minerales,
recuerdos de nubes submarinas.

Bajo el agua está la soledad,
sobre el agua el abandono, dentro,
los metales torturados por los hombres
y los vientos, por las aguas reiteradas
de los sueños incumplidos.

Redimido en parte el daño siempre puede
emerger por ser paisaje,
la piel que guarda el mar en el acero,
el cielo en la pintura,
la tierra en el óxido de hierro.









© José Carlos Ñiguez, 2013


Cicatrices.


Las cicatrices son las huellas que dejan las heridas, los desastres o los sentimientos.
Son como escribir en la piel de lo querido, son el daño evidente, el daño que no siempre se corrige.
Son el rastro, el dolor de una historia de vida, todo teñido de nostalgia que no seremos capaces de entender si no contamos con un poso de melancolía.
Ahí quedan las que hizo el tiempo, el aire húmedo, el salitre que araña y oxida, y aquellas que fueron creadas por el hombre, las que más duelen, las que escribieron su desprecio en forma de erosiones, golpes y fracturas.

No son tatuajes, no busques en esto el romanticismo de una piel curtida de mar.
No son las ablaciones con las que algunos decoran sus cuerpos.
Son las señales que quedan después de los combates, de los años, de veintiuna capas de pintura, del agua y la sed, del maltrato y la ausencia, del vacío y lo oscuro. Pinturas de la historia, arqueología del sentimiento. 

Se cuentan tantas veces las victorias que olvidamos que se consiguen sobre los fracasos.
Se cuentan los fracasos como si fuesen ahora una victoria.

Todo queda escrito en la piel.








© José Carlos Ñiguez, 2013


Figuraciones


La palabra siempre llora por lo que no tiene, por aquello que le falta. Nostalgia de algo perdido. No encontramos aquella que lo explique todo y recurrimos a un lenguaje que las ate y les haga creer que ya sí pueden, el lenguaje que cree el relato vivo de las cosas muertas. Engaño. 

Buscamos los fragmentos de vida en las pequeñas cosas, los fragmentos que siempre suman más que todo lo que es el todo, y pensamos en imágenes que creen un relato supremo, la imagen que nos descubra la imagen ocultada, que sea la palabra recobrada, aunque sea sueño, el poema que de nombre a lo escondido.

La imagen es un pedazo que no llorará por nada, que se sabrá íntegra sin necesitar un nombre, que figurará  por ella y por lo visible que no añora, porque está en ella.








© José Carlos Ñiguez, 2013


Paisajes


El paisaje aquí no es lo que tú piensas. No es el territorio de tus hazañas, ni de tus derrotas, no es el escenario que te guarda ni el aire de tu tierra.
El paisaje es donde miras y lo que evoca, el aroma que te devuelve a una época feliz, incluso aquella que no viviste, que no es tuya, y que sin embargo te atreves a poseer. El paisaje es la memoria que robaste de los otros y tu memoria compartida.

La mirada del fotógrafo se dirige a lo pequeño y lo hace grande:
Yo te observo y tú eres mi paisaje.

Sujeto observador y objeto observado, el hombre que aprende en su mirada y el objeto mínimo que aprende a ser espacio inmenso en la mirada del fotógrafo, lo visual y lo espacial convirtiéndose en paisaje.










© José Carlos Ñiguez, 2013


El aparato de profundidades


“Las aguas se me están metiendo en el alma”
Tomas Tranströmer


Un día un tejado puede parecer el mar, su superficie al menos.
Sueña entonces el buque, ingenuamente, que puede hundir su cuerpo en las aguas, que puede arrastrar al fondo su cuerpo hueco pero tan lleno de memoria que no le hace falta contrapeso.
Sueña entonces que alguien viene y suelta amarras.
Sueña a través de los cristales que el agua devuelve su imagen sumergida de aparato mutante, de arma submarina a bestia romántica, de un leviatán sin nombre a un Ariel engalanado.
Revive ahora una ilusión: él está ahora sobre los fondos de arena, él navega bajo las luces acuáticas.

Vendrá luego una ola y la siguiente, le llevarán a tierra poco a poco hasta despertar de la quimera. Y quedará varado de nuevo, pero a cubierto. Objeto perdido y encontrado.

El agua tiene hoy sabor a hierro y se le mete poco a poco en el alma.





Antonio Gómez Ribelles





domingo, 22 de septiembre de 2013

Cecilia Noriega-Bozovich


Conocí a la artista y poeta Cecilia Noriega gracias a Lola Fernández, a la que siempre echaremos de menos. Amiga desde que nos escribimos el primer correo que cruzó el Atlántico, nos hemos visto hermanados ya por muchas cosas en el arte, la poesía y lo personal. Quería que ella estuviera en este espacio.

El texto siguiente es la introduccción que hizo a su lectura en La Mar de Letras, junto con Rodolfo Hinostroza, Antonio Lucas, Vicente Cervera y Vega Cerezo.





©Antonio Gómez Ribelles, 2013





La luz es negra, es magia iluminada

Tal vez sean versos luminosos

O poemas escritos  desde el oscuro rectángulo,

Liso, sin matices

Pero son versos que se acaban

En la palabra

Cuando el silencio habla.

Mentira, ¡grita!



Un juego de palabras en las que podría decir que a las palabras les tengo afecto, pero, no. Son mentiras que convenimos entre ellas y yo porque siempre necesitamos o queremos nos mientan. Y no es poesía, porque la poesía no es eso, no está. La poesía se halla.
Y venir de un mundo de la plástica a hacer poesía es mentir. Porque tampoco de ese mundo vengo. Cuando estoy frente a ustedes para un recital o conversatorio esto es lo que digo, así miento. Cuando estoy en una exposición, digo que vengo de la palabra poética o del relato breve. Pero, también miento. La palabra solo es el pretexto. Es el silencio desde donde parto y hacia donde voy, pero, no es el vacío. No confundamos silencio con vacío, tampoco con soledad, menos la noche, tampoco el amor o el desamor. El silencio es ese tiempo doloroso que entre líneas o imágenes subyace. Es algo primigenio que trajo la música. Por eso, lo menos mentiroso que he dicho en mi vida es que voy a las profundidades más tremendas y me tiro en ellas, como los argonautas a la mar. Detrás de qué? Tras el canto de las sirenas. Canto que es música sin letra, música que precede a la música misma. Y es desde ahí de donde vengo. De la música. Y vuelvo a mentir porque de música sé apenas y todo es que soñaba que escuchaba una nota, debo decir que de cello, y sé que existe y voy tras ella. Y, como ya lo dije, de música no se nada, esa nota la quiero tocar con la mano a través de la pintura, con la mano, otra vez, para escribirla en poesía, cuentos, textos para mi obra pero no es más que el silencio. Silencio del grito al nacer, irrupción de vida, porque hasta ese momento, la luz es negra, verso luminoso
Ante escritores que admiro y respeto como los aquí presentes, Vega, Vicente, Antonio y Rodolfo Hinostroza, y esto no es mentira, no me queda más remedio que leer poemas inéditos, no publicados. Que no quede el registro de mi mentira y así pueda volver a mentir a propósito de éstos y seguir tras la nota musical que se me escapa y no capturo. Y mentir en mis afectos, en los personajes a los que insuflo ánima como a la noche, a la crisálida para que se vuelva día, a la ironía para que friccione con la ternura, al amor que tal vez no conocí y sin embargo no me es ajeno y… lo echo tanto de menos…, a la separación y el abandono que lo convierto en mi mejor compañía. Nada de lo que leo está escrito, nada se puede contrastar, nada podrá sentenciarse ni como bueno ni malo. Solo podremos decir que he leído buscando la nota que sé que existe, que es la sombra de otra que tal vez provenga del mundo de las Ideas de Platón,  pero, voy tras ella porque en sueños la he escuchado, tocado, sentido, pensado.  Y si no he de morir en el gesto de tocarla, por lo menos, he de desaparecer en la palabra o en su silencio.




Cecilia Noriega - Bozovich

martes, 30 de julio de 2013

Trasnochando 2013

"Trasnochando" de este año, coordinado por Soren Peñalver.
Dejo el poema que leí esa noche, a vueltas con la niña del piano.


Fotografía de Sebastián Mondéjar


Hablaría de la música
si no fuera porque sé
que no llegó, que no guardó
sonido alguno aquella fotografía.

¿De qué me culpo?

Voy a hacer un plano de la historia
que me contaron,
puedo hacer dibujos, maquetas,
de aquella casa que no conocí,
donde no sonó la música.

Crearé una habitación para ti
en la casa de mi memoria,
la casa-mundo donde abríamos
puertas de cristales azules,
donde una niña en una foto
tocó un piano que nunca se oyó.

Pero eso no cabe en el poema,
ni el olor cabe para ser recordado.


Ella no te mirará, nunca,
ni sonará el piano aunque pudieras
oírlo en el patio de luces.
Mantendrá su mirada
levemente a la derecha,
así, en el olvido,
mantendrá su mano sobre las teclas,
“Así, ligeramente levantadas”
aunque de nada valga.

“Perfecto”, dijo el fotógrafo.

El fotógrafo manda.

¿De qué es culpable?



                                                    Antonio Gómez Ribelles 2013



martes, 23 de julio de 2013

VERSUS REVERSUS

El 18 de julio, dentro del programa de La Mar de Letras, Cecilia Noriega Bozovich, artista y poeta peruana, y yo, dimos lectura a una obra poética realizada entre los dos y a través del atlántico. Dejo aquí la presentación de esa lectura que se realizó en el marco de su instalación Versus-Reversus, que se expone en la sala Muralla Bizantina de Cartagena dentro de La Mar de Artes.



Fotografía: Jesús Perona




Probablemente se es de todas las patrias, “matrias” si recurrimos al término materno, a la tierra de la madre. Probablemente no tener casa significa que la casa es el camino hacia esa casa. Probablemente debiéramos todos ser emigrantes incluso en nuestra tierra, vivir en el cambio brutal en el que las cosas que tienen el mismo nombre se vuelven lo contrario, los gestos no se entienden y los lenguajes te engañan. Así, lejos de vivir en lo cómodo, haríamos por ser de nuevo, por nacer de nuevo.

Cecilia Noriega-Bozovich ha nacido varias veces, alguna desde el mayor dolor, aquel al que todos estamos expuestos, aunque no todos destinados, y vive en el camino de ser lo diferente, lejos de la comodidad. Sin dejar de tener sus raíces, las hace crecer como un rizoma, (Deleuze), obligada al exilio lo abrazó como mudanza y renacimiento.

Que en algo coincidimos Cecilia y yo nos dimos cuenta pronto: lejos de querer reconocernos en el otro, nos conocimos a través más de 11.000 kilómetros en un diálogo epistolar, en páginas web y en correos electrónicos.
Los artistas nos hemos convertido en muchos casos en seres polimorfos, en dioses de múltiples brazos en los que mantenemos en el aire la imagen, el vídeo, la palabra, la música, la fotografía, bailando con lobos o con el tunche que llevamos dentro, con lo mejor y lo peor que guardamos en cajas de memoria; y todo baila y se entremezcla con una lógica aplastante, con un discurso claro. La palabra y la imagen se juntan porque se son necesarias. ¿Dónde se guardan los cuadros, dónde los poemas? Que todo se halle en la mirada sería tan parcial como que todo fuera literatura. La realidad hay que buscarla y salvarla continuamente, con los medios necesarios y eso puede estar en el espacio plástico o en el tiempo poético.

Versus y reversus, no son dos cosas distintas, sino andar  viendo a la vez las dos caras de la moneda, tu cara y tu espalda, y la cara y la espalda del otro. Lo público y lo privado, lo racional y lo instintivo.

Lo que presentamos hoy es la huella de esa relación. Lo que escucharéis es la obra, como decía Klein, las cenizas del arte, que es lo que somos capaces de mostrar. Vamos a dar lectura a una obra de arte concebida a dos manos, escrita con las aportaciones sucesivas de Cecilia y mías, que se iban sumando y corrigiendo. Sean capaces de escuchar como quien ve un cuadro, una instalación, una performance, un teatro del mundo: elijan; creen las imágenes necesarias, oigan los sonidos que generan nuestras palabras.


Antonio Gómez Ribelles




Fotografía: Alberto Soler Soto


miércoles, 8 de mayo de 2013

Presentación para Antonio Marín Albalate



                     Fotografías: Sebastián Mondéjar






POETAS EN EL MUSEO.
Museo Ramón Gaya, 7 de mayo de 2013.

ANTONIO MARÍN ALBALATE.  

Fragmento 1. Antonio Marín Albalate camina por la calle.

Tengo la mala costumbre de olvidar cuándo he conocido a ciertos amigos, a los que más veo y aprecio. Será a conciencia, para hacerme la ilusión de que siempre han estado aquí, desde el origen.
Me invento ahora que a Antonio, que fue vecino, lo vi por primera vez un día desde mi ventana: caminaba por la calle, por la acera de sombra huyendo del sol, hombre bajo un sombrero, hombre tras unas gafas, mirando, viendo sin mirar. Los miopes, y también los poetas, caminamos a veces así, ocultos en un aire de niebla.
Pero él caminaba así huyendo de lo trivial, de lo ordinario, de la casa, del barrio o de la ciudad, de todo aquello que a veces odiamos para sentirnos vivos.
Antonio camina en un espacio distinto, vive en un tiempo distinto al del resto, vive entre lo trivial para odiarlo, huye de lo trivial para acceder a los afectos, a su grado posible de libertad.
Pero todo esto quizás sea mentira, y en realidad nos presentara Leopoldo en su casa, un día domingo. Sí, seguro que fue así, pero no me acuerdo.

Fragmento 2. Antonio Marín Albalate miente.

“Uno escribe para mentir”  dice Javier Moreno[1].

Y no sólo él, está claro. También Baudelaire, refiriéndose a la pintura y hablando de los paisajistas del Salón de 1859 afirmaba que eran unos mentirosos precisamente porque no se habían preocupado de mentir[2]
La mentira es nuestro acto creativo, nada hay más alejado de lo falso. Mentimos para huir de lo trivial, “lo trivial que es la antítesis de la literatura” nos decía Miguel Espinosa[3], y accedemos a todo a través de un artificio que esconde más verdad que lo real. La ficción es realidad, todos los mundos creados en ella se encuentran en el mundo, y volamos a la mentira, más creativa, más rica, más lógica.

Así que Antonio, que iba por la calle mirándose hacia dentro, mirando a la conciencia, decidió ser un honesto mentiroso para crear lo que consideraba trascendente, lo que adquiriera valor de afección, y una vez construido aquello que nos llena de afectos, ascenderlo a la categoría de realidad, ese lugar donde ya no hay trivialidad, la poesía, donde todo es necesario, donde  todo es estética.

Fragmento 3. Antonio Marín Albalate crea proceso.

El proceso es tiempo.
El proceso es doloroso por ser tiempo.

Hay casos hay en la pintura, vuelvo a ella, de artistas que han utilizado el proceso como sustento de la obra, consiguiendo un resultado que quizá no responda a todo eso. Luc Tuymans se plantea su obra mucho tiempo, pensándola, creando discurso, recogiendo datos, fotos, todo lo necesario para después utilizar el menor tiempo posible en la realización práctica. Ante la obra acabada nos queda el vacío de lo que no llegó a explicarse del todo.
Avigdor Arika se enfrenta a una realidad en una sola sesión: lo que queda es la huella de ese enfrentamiento. La huella.
Y el conceptual Yves Klein decía “mis obras son sólo las cenizas de mi arte”. Con esto lo dice todo.

Cenizas, huellas, restos, efímeros a veces, de procesos complejos y ricos, pero no asequibles siempre. Auras lejanas.
Pero el poeta que se escribe, el poeta que no se pierde en la palabrería, el poeta que escribe un libro constante donde nada va más allá de lo necesario, es en sí proceso, doloroso por ser tiempo, memoria, pero no memoria vana, perdida, sino versos que la rescatan de las profundidades del tiempo. Mentira sí, mentira deseada, porque lo que queremos es que nos mientan. Y como decía Hugo Mújica:

La poesía no está nunca en el poema;
no lo está porque no es: llega.

Antonio camina y escucha, mira o no, habla y juega con el lenguaje, una palabra o un nombre que da vueltas en su cabeza una y otra vez; pero ese juego cambia a una seriedad tremenda ante el poema, donde aparece la angustia, el desencanto[4], la ironía, el amor, el desamor, la pérdida, y la memoria de la perdida. Antonio habla con poetas, con todos los poetas que considera imprescindibles, con sus cantantes. Persona a la que horroriza la traición, es poeta que se traiciona y traiciona con versiones mentirosas, afectos personales, más reales que lo real.
Pero a Antonio no le interesa explicarse ni que le expliquen. En el silencio, en su duda, en su “no sé”, en la noche está la magia iluminada de versos luminosos,  poemas  densos de imagen  y a veces breves, concretos, llenos, palabras voraces que salen de la boca de la poesía.
Y Antonio elige ese camino y se obsesiona.

Fragmento 4. Antonio Marín Albalate se obsesiona.

Que el poeta actúe por afectos y cree realidades líricas no deja de ser necesidad, un sumario permanentemente abierto sobre una obsesión. Antonio genera un ciclo que no se cierra, un espacio en espiral en el que nada se cierra, y todo avanza mirando siempre a lo anterior, a ese tiempo distinto.
Que para ello utilice ciertas metáforas que crean sentido y dotan de realidad a su mundo es algo que nos es común. Obsesiones en espiral que lo son todo, o la nada que queda después.
El deseo siempre, como motor de todo, el deseo posible y el imposible, el próximo y el lejano; La locura como posibilidad mágica para la mentira, el retrato y la verdad; La pérdida, aunque sea de lo que nunca ocurrió, esa que más duele; La nieve y el frío como final, y el barro en el que quedamos.
La memoria que nos salva y la amistad.
Y Juan Cartagena. Y libros,  y antologías, ediciones, homenajes… generosidad.

Fragmento 5. y final

Antonio Marín Albalate camina ahora por el medio de la calle, respirando poesía; se quita el sombrero cuando le da la gana y poemas de cenizas caen en su cabellera y ahí se quedan, poemas reales necesarios.
Pero esto quizás también sea una mentira, y por ello más valiosa.

Sólo un poema de Antonio, uno que me unió con él hace tiempo en la poesía:

Mentira de nieve en mis manos

Una noche de verano, descubrí
Que el Norte me hacía daño.

Y volví al Sur
Al silencio y a mi casa
Como quien regresa de un naufragio.[5]


Y el mío, a modo de respuesta:

Y volví del Norte,
de la lluvia y de la sombra

al sur

para esconderme de la luz
en el vientre seco de un aljibe.[6]


  

Antonio Gómez Ribelles








[1] Alma. Javier Moreno Ed. Lengua de Trapo 2011.
[2] Sobre la fotografía. En el  ensayo Sobre algunos temas de Baudelaire. . Walter Benjamin. Ed. Pretextos 2004.
[3] Prólogo a El vaho en los espejos de Dionisia García. 1976
[4] El desencanto, película de Jaime Chávarri (1976), donde los hijos de Leopoldo Panero y su viuda hablan de sus relaciones a través del recuerdo de la muerte del padre. La relación de Antonio Marín Albalate con la poesía de José María Panero y su admiración es conocida y reconocida hasta llegar a la antología Sobre la tumba del poema, y el libro-homenaje Leopoldo María Panero, poema que llama al poema.
[5] Todavía la nieve en la palabra. Antonio Marín Albalate. Ed. Vitrubio 2000.
[6] El peso del silencio. Catálogo de la exposición. Antonio Gómez Ribelles. Ed. Ayto. de Cartagena 2004.


martes, 30 de abril de 2013

Ciudad II



     © Antonio Gómez Ribelles





Cuenca


De mayor seré turista
(Escrito con tiza en una pared del centro histórico de Cuenca)


He aparcado el coche en lo más alto de la ciudad, mirando a la hoz. Por la noche estará cubierto de hielo. Hace mucho frío y caminamos rápido hacia el hotel, calle abajo. Duele el aire en la cara y las manos.

Intento encontrarme en la ciudad, saber que estoy en el sitio adecuado para que mis pensamientos choquen con las paredes y vuelvan, y me envuelvan. Pero para qué te voy a engañar, soy torpe, y no lo consigo.

Cuando dejo la mente en blanco, bueno, cuando lo intento (hay cosas imposibles para mí), enseguida me vienen ideas de turista, palabras como horario, visita, entrada, foto, recuerdo, en lugar de tiempo, camino, memoria, relato. También me duelen los pies y buscamos un sitio que nos recomendaron para comer. Lo encontramos, y allí nos rodean veinte turistas más que también piensan que no lo son, que lo que ellos hacen es viajar y comer en un sitio que le recomendaron, todo un descubrimiento.

Sólo me salvan las ciudades cuando ya no estoy en ellas.

La tienda de papel sigue cerrada. Me lo imaginaba, a pesar de lo que había dicho aquel vecino al que preguntamos, ayer la había visto abierta. Hace mucho tiempo que compré el papel, en otro viaje, en verano. Probablemente sea lo más lógico, volver y que esté cerrada, aquello ya pasó. Esa es una respuesta correcta a un recuerdo viejo.

Hace frío, mucho. Quiero hacer fotos y me quito los guantes para manejar la cámara. Las manos entonces me duelen y pienso que nada de todo esto saldrá en una fotografía. La hago, de todos modos.


Caminos

Salgo de casa. Por inercia sigo el camino más corto y probablemente el más feo. No es que haya muchas alternativas, pero al menos podía variar cuando voy por aquí todos los días. No lo hago.

Me imagino eligiendo caminos absurdos para llegar al mismo sitio, como el más largo, el que más esquinas doble, aquél que en días de viento sea el más incómodo, o el que te lleve en verano por las calles más soleadas, sin sombrero. No elijo el más hermoso porque creo que no me apetece buscar en esto nada bello.

Pienso en lo absurdo no sólo del camino, sino en lo absurdo de la acción, ir, cuando en realidad me gustaría volver por cualquier camino, alguno más absurdo todavía, pero que recorriera otra ciudad, o quedarme quieto paseando mentalmente por ella.

Importa el tiempo que empleamos en cualquiera de las dos cosas, ir o volver, importa el tiempo de estar quieto. La duración de las acciones no tiene importancia, es tan relativa como la necesidad del trayecto. El tiempo no, el tiempo es todo.

Me voy hacia el centro, el día está nublado, un cielo que se llena de sombras sin definir, y yo de asombro, iluminados los edificios por el poniente. Ojalá tuviera la cámara, siempre me arrepiento de no llevarla; esperaría el momento en que las luces bajas cambiaran el color de los muros mientras el cielo se hiciera más oscuro en grises. Miro la hora y me propongo venir mañana. Pero mañana hará sol. Nada de esto se repetirá.

Y sin embargo, siguen cayendo hojas de los árboles en el comienzo de la primavera. 




                                          © Antonio Gómez Ribelles






Primera parte de esta entrada en:

lunes, 22 de abril de 2013

ANTONIO MARÍN ALBALATE (Retratos)



El gran poeta y mejor amigo Antonio Marín Albalate posó para mí.

El resultado es, entre otros, este retrato, que sigue la serie empezada con Jose Alcaraz, y que irá creciendo poco a poco.






     Y él, generoso como siempre, me dedica este excelente poema incluido en un libro inédito
     titulado "Poemas de cuerpo presente". Gracias por todo.




LA NADA DEL FANTASMA DEL POEMA

                                                                            Para Antonio Gómez Ribelles


Un bar, una lectura y la mirada
de mis palabras que al verte se callan.
Mis palabras, tristes como el silencio
de la cerveza cuando todo amarga
alrededor frente a tanta mordaza.

Mis palabras, mudas palabras, ante
tu inesperada y furtiva presencia…

Ah, imagen quieta del tiempo, amarilla
cabellera de mujer en cascada
cayendo del recuerdo al áspero papel
de mi voz, dime, si solamente eres
recuerdo: ¿por qué otra vez la herida,
el castigo de otra vez la herida
sangrando sombra sobre la vieja piel
de mis manos al nombrarte de nuevo?
¿Por qué otra vez la triste escritura?
¿Por qué, dime, de nuevo la nada del
fantasma del poema que nunca fuiste?



                               ANTONIO MARÍN ALBALATE







lunes, 15 de abril de 2013

Ciudad










                                                      "…sino al paso del tiempo, a la manera que tiene el tiempo de replegarse y de garantizarnos que en sus pliegues retiene unas cosas y otras no."



                         "El aprendizaje empieza mirando el primer abecedario ilustrado y no acaba hasta el día que morimos."

John Berger


Aula

En el colegio había un patio porticado en uno de sus lados, y debajo de ese pórtico se abría un aula donde aprendí la forma de las letras, de todas ellas.
Pronto nos cambiaron, probablemente a otro sitio ni más ni menos acogedor que esa clase.

Hacía frío en todas partes de todos modos.


La forma de las letras

Lo que protege de un espacio probablemente no es lo que lo crea o lo limita, me refiero a las paredes, las ventanas y los muebles, sino lo que lo habita. Y allí lo habitaban esos días aquellas tarjetas ilustradas en la que la forma de cada letra en negro, mayúscula y minúscula, y el sonido dibujado en la forma de una boca roja y del nombre de un objeto o animal, racionalizaban el mundo de los conceptos y los sentidos. Y le daban orden alfabético, como nuestro orden en la clase, que siempre te hacía tener el mismo compañero de mesa, de apellido idéntico y con varios hermanos que eran también condenados a ser compañeros inseparables de tus hermanos, en una especie de amistad obligada por aquellas tarjetas alfabéticas que explicaban, cuando no lo conocíamos todavía, por qué yo me sentaba a su lado.
El aula tenía contornos. Nos sentábamos y el mundo se llenaba de arañazos en el pupitre, manchas de tinta y frío. (Pupitre, esa palabra ya no se usa, esos muebles ya no se usan, ahora son mesas y sillas). Pero ese mundo no era el nuestro; el nuestro estaba afuera, más allá de la pared del aula, algo en el patio, más en las calles de la ciudad, donde éramos algo libres. Moderadamente felices.


La orilla de la carretera

Esperábamos sentados en la orilla de la carretera a que un coche pisara el estiércol que algún caballo dejó  mientras volvía a la granja o al cuartel de caballería. Todo se ceñía a retrasar el momento de nuestro regreso a casa hasta que uno de los escasos vehículos que pasaban la pisara.

Tiempo. Narrar el tiempo perdido es la no narración cuando nada pasa. Además era absurdo el hecho y absurdo intentar explicar el porqué de tu retraso a una madre ligeramente preocupada, así que la mentira se convertía en piadosa conmigo mismo. Pero estabas allí, el tiempo era todo tuyo y nada te impedía perderlo en algo estúpido. Hicimos cosas peores, por incomprensibles, absurdas o crueles, y todo eso llenaba no sólo el tiempo, sino también el lugar que habitábamos.

Al entrar en la casa se perdían los contornos, todo estaba en el interior, todo era importante y te acogía, hasta el ruido de la carcoma que se comía la ventana. Ése era el mundo. La casa irradia y se expande hasta donde quieras, hasta la ciudad, hasta el paisaje, hasta más allá del entorno conocido, hasta donde tú querías.

Ahora, hay veces en que todo se achica, los contornos te aprisionan, y todo se aproxima peligrosamente hasta la casa, hasta tu cuarto, hasta tu cama, hasta tus pensamientos.
  

Miedo

Ella es la que está hoy a mi lado. La he traído a esta ciudad donde tanto tiempo pasado no ha borrado casi nada. Ella no vivió todo esto que yo he vivido, pero soy capaz de preguntarle
“¿Te acuerdas de cuando me sentaba aquí?”
“Claro que me acuerdo, me lo has contado”.
La miro, y comprendo que es verdad. Mi memoria ha invadido la suya de tal manera que estoy en ella, en un juego extraño y magnífico. Tan fácil que asusta, real de tan fantástico.

Recorriendo la calle que bordeaba el parque, el camino habitual, yo he visto, y tu también, que las casas son las mismas de entonces, que los muros son los mismos, pero que las manchas de sangre que en su día escribieron en ellos ya han desaparecido. Sé exactamente donde estaban.
El miedo era la hora en que soltaban a los perros que guardaban la harinera. Dos dogos gigantes, más gigantes todavía para un niño de diez años, que después del anochecer dejaban sueltos. Se les oía ladrar y correr como fieras. Lo más cercano a los lobos que yo he vivido. Lo más cercano al terror cuando volvías tarde a casa.

Una noche esos perros mataron a Boliche, el perro de un amigo. Lo pillaron en el parque y lo pasearon escribiendo su muerte en las calles y en los muros.


Documentarse

Vuelvo a la ciudad.
Cuando uno vuelve a los sitios que ha vivido, espera reconocer el mundo, pero con el miedo de no encontrarlo.
Conté contigo los años que han pasado desde que me fui. Treinta y ocho. Treinta y ocho años desde que nos fuimos. Lo último fue una casa vacía. Todo había salido por las ventanas de nuestro piso, a la altura de la calle. Cargamos un camión y nos fuimos. Sencillo.

No quedaron muchas fotos de aquellos años que nos cuenten como era la ciudad. En los cajones de mis padres quedan algunas de los cumpleaños, comuniones, alguna celebración, y se ve alguna puerta, los muebles, algunos detalles que te sitúan en una casa o en otra, pero no la ciudad. No teníamos necesidad de ese registro. Ni siquiera el día que me fui eché de menos nada de eso. Tenía la memoria y otros sentimientos que me aturdían mucho más.

Piensas ahora que has vuelto si estaría bien hacerse con un archivo de todo, de las calles, de los caminos que seguías, de dónde te sentabas o de qué veías mientras el mundo giraba. Es fácil pensar en documentar todo de nuevo fotográficamente, o tomando notas, como si quisiéramos hacer creíble una historia que no fuera la nuestra, como demostrar que las cosas que vivimos de verdad sucedieron, como si necesitáramos dar crédito, pruebas a otros de que estuvimos vivos. Tal vez para creernos a nosotros mismos.

Pero sabes que no lo hicimos. Cuando las cosas que vemos no coinciden con los recuerdos es mejor quedarse con ellos, y descartar las fotos que pretenderán suplirlos, contaminándolos hasta acabar con ellos. Simplemente decido que paseemos de nuevo por esos lugares, tú conmigo, invitada a una regresión, amorosamente cómplice. Me basta con reconocerlos de nuevo, en unos casos como si no hubieran pasado tantos años, idénticos en todo, hasta en los más nimios detalles, conservados en un fluido, en un aire que los hace inalterados. Sorprendente. En otros, casi irreconocibles, y en otros olvidados. Probablemente, ya en aquel entonces, algo en nosotros decidió que cosas merecían salvarse del olvido y que otras no.

Pero echo algo de menos, algo más acogedor. Todo es demasiado real, demasiado igual a lo que era en aquellos años, igual hasta el desencanto a la memoria que los guardaba, porque nada hay más terrible que reconocer todo como era, menos nosotros.

Las ciudades son el envoltorio de lo que somos; no es importante el lugar físico, sino el hecho de que las cosas te envuelven, de que los pensamientos y las acciones salen como hilos de nosotros tocando las paredes, los márgenes de lo visible, los campos emocionales y las discordias. Pero necesitamos el campo adecuado, aunque decidamos que sea el de Agramante, el plano urbano que defina territorios. Y ahora ya no lo es, esa ciudad es como un fantasma vacío.

Sólo algunas fotos hicimos por la maravilla de ver la misma ventana con exactamente la misma persiana por la que salieron nuestros muebles, o exactamente el mismo quiosco, el mismo, en el mismo sitio. Te lo cuento, pero tú ya lo sabes, tú que no estabas allí. Es como si todas estas cosas me las hubiera olvidado en casa de un amigo y las hubieran conservado hasta mi vuelta.

“Es verdad, - dices - me acuerdo como salían las cajas y los muebles por la ventana, tú dentro, yo fuera”.


Final

“Pienso en volver al sitio en el que viví mi infancia”, le digo a mi hijo mientras hablamos de estas cosas que ahora me ocupan: las fotos antiguas en la mesa, el cuaderno abierto, proyectos, cuadros.

“Es muy posible que ahora te decepcionara”, dice él.

Le doy la razón.

Pero lo pienso.