El pasado es una puerta entreabierta. No podemos entrar,
pero nos aventuramos a ver lo que hay dentro, en esa semioscuridad, como
de todo paraíso, que hemos perdido, nos quedan las palabras, nombres
como imágenes, esas navajas en los bolsillos, el perro cojo, las
fronteras, los límites...
A veces es la caja donde guardábamos para después, las
chapinas, las orejas de fraile, los conejitos, los cristales y las
piedras de jaqueca u ojos de santa Lucía, todavía llegué a guardar las
bolas de cristal que servían de flotadores, eran verdes como un rincón
de mar.
Antonio Gómez Ribelles (Valencia, 1962) es pintor y
poeta. En ambos oficios se utiliza el gris. A veces es ese color
desvaído, casi amarillento con el que las fotografías adquieren
conciencia de la edad, porque ellas sí saben del tiempo.
Es imposible vivir ese estado de gracia de las primeras experiencias, pero a veces lo hallamos en un poema, un cuadro
El gris del dibujo y el gris de la escritura se parecen,
hasta el punto de que, si miramos una página a cierta distancia, cuando
sólo vemos las líneas y no es posible distinguir las palabras, semeja
una tierra cultivada, con más o menos acierto, supongo que la firma
podremos compararla con una nube o un pequeño charco, si pensamos que
esas líneas son calles. El dibujo ofrece una figura, representa algo que
quizá podamos identificar.
Tiempo y recuerdo
El texto y el dibujo son abstracciones que podemos leer.
El primero utiliza un alfabeto, aunque con variantes, aceptado por la
comunidad de hablantes; el dibujo se sirve también de otro alfabeto,
subjetivo, cuyos trazos podremos atribuir a un autor determinado. Ambos
tienen voz propia.
El tiempo es aliado del recuerdo, se dice que lo
recordado está unido a nuestro corazón, significa que de algún modo
permanece siempre en nosotros, aunque nos hayamos ido del lugar, aunque
nadie ni nada perdure ya. Sin embargo, a veces, queda el perro cojo y
hambriento, que acompaña y pone un punto de realidad, trágica e irónica,
en ese mundo que esperábamos encontrar.
Ser exiliado es condición del hombre. Antonio se siente
desterrado ¿de su infancia? Quizá no se refiere sólo a ese paraíso. El
expulsado vive en un territorio que no le pertenece, busca su patria. ¿Y
si fuese un expatriado por poeta y pintor? El destierro sería doble.
Son estas circunstancias las que mantienen su estar en el mundo. El
hombre que pinta o escribe siempre busca algo.
Aunque quien pinta y quien escribe se parecen, no ven del
mismo modo. Los ojos del pintor penetran en la realidad, mientras que
los del poeta, al no disponer del asidero de la línea, tienden a
dispersarse, contemplan el objeto o el tema, pero la palabra es confusa,
gastada por el uso, en tanto que la línea sobre el plano siempre es
nueva. Lo ideal sería que la palabra cayese sobre el papel como un
cristal transparente para mostrar que su realidad existe, como ocurre en
aquel cuento donde al decir: ¡Sésamo, ábrete!, se abría la puerta y
aparecía el tesoro.
En el caso de Gómez Ribelles, ¿por el hecho de compartir ambas maneras de estar en el mundo, habría alguna diferencia?
«Empeñados en explicar todo por su nombre / olvidamos que hay palabras / que ya no pueden nombrar / y luces que no alumbran»
Me propongo comprobar si, el hecho de ser pintor,
significa algo en los poemas. Desde el cuadro y la página, ambos ya
acabados, podríamos analizar afinidades. En la composición ha habido
expectativas y métodos semejantes, el proyecto inicial quizá se ha
logrado y, una vez concluido el trabajo, el autor se siente satisfecho.
Claro que, también puede ocurrir que, al ver la línea sobre tela, cartón
o papel, experimente un cambio, bien porque desaprueba el camino, bien
porque la palabra no le parece certera, para evitar estos giros
previsibles, tanto el pintor como el poeta disponen de ciertos recursos.
El poeta anula la palabra, utiliza otro verso, altera el orden, lo
elimina porque supone un desvío.
Vida vegetal
¿Qué hace el pintor? Imaginemos que la línea y el color
no responden a lo que se ha propuesto, había proyectado unas manchas
amarillas sobre verde, distribuidas en rectángulos que conforman la idea
de arbolados o cultivos paralelos. Pero encuentra que el resultado es
rígido, entonces interviene con un negro o verde oscuro que reste luz al
amarillo para que adquiera cierto movimiento, quería que representase
vida vegetal, quizá lo ha logrado. Ahora plantea algo en gris, distintos
tonos. La imagen es nítida, busca mostrar el paso del tiempo, tendrá
que diluir la imagen, algo así como si la viésemos bajo el agua.
En el último poema titulado: 'En la salamandra', la
segunda estrofa formula de modo explícito el método que ha seguido. Leo:
«Tendría que haber hecho algo, / me diré más tarde, cuando el tiempo /
haya pasado y yo sólo lo haya dedicado / a la contemplación de las
líneas / que parecen detener las cosas / por un momento, sólo por un
momento. / En realidad siempre se conservan intactas / dentro, en la
llama». El poema, como epílogo, supone una valoración del libro:
«Tendría que haber hecho algo». A modo de 'captatio benevolentiae'
reconoce que no es suficiente. La experiencia no ha sido del todo
satisfactoria. El autor expone la diferencia entre proyecto y obra. Los
versos que siguen convierten al texto en un cuadro: «contemplación de
las líneas», inmediatamente hace una afirmación que podría ser
pictórica: «líneas que parecen detener las cosas». Poema y cuadro son
definidos como conjunto de líneas destinadas a detener el paso del
tiempo.
Comunión con la palabra
El cuadro y el poema tienen la misma finalidad: fijan la
contemplación del ser, el instante donde el ver. sabe; muestra su
esencia intacta, razón por la que el libro termina en llama, la llama es
luz. Se dice en el mismo poema, que leer es plegaria. Por la oración
entramos en comunión con la palabra, conocemos su desnudez, asistimos a
su aparición, el artista no nombra, sino que revela. El primer poema,
'Mudanza Eco', en su último verso establece el tema que va a ser
tratado: «Yo me acuerdo de cosas perdidas». Es fundamental que para
recordar algo, necesitemos haberlo perdido. Es preciso constatar que
hemos abandonado el lugar para que forme parte de nuestro recuerdo: «Ya
no estamos aquí. Nos fuimos».
El poeta y pintor se pregunta: «¿Dejan las cosas de estar
/ cuando no las ves?». Las cosas son porque las recordamos, han
alcanzado otra manera de estar. Hay algo de sagrado, secreto, en esa
revelación: «Lo veré todo sin poder entrar. / Lo veo todo sin poderlo
ver».
'Armario', es el poema donde están depositadas las cosas
que han acompañado nuestra infancia. En él figura esta leyenda: «Dicen
que las piedras guardan la memoria / y que las tierras las esconde, / la
arena solo por un tiempo. / El agua no, el agua es como un olvido, /
pero la tierra se va moviendo hasta ceñirlas / y conservarlas en el
abandono, / hasta que tú las salves y las guardes / de nuevo en una
caja». Estas piedras son como libros o cuadros que contienen nuestras
primeras experiencias sensoriales, nuestros ojos y el tacto, incluso
huelen si las golpeamos, o puede que conserven la sal primera. Son el
testimonio de encuentros que ahora comprendemos como definitivos, pero
el niño no tiene memoria, desconoce esos departamentos donde conservamos
y valoramos los recuerdos. En su ingenuidad, no distingue, vive el
todo, no analiza.
'EL castigo del exiliado'
Para convertirse en hombre ha de perder cosas, conocer
los límites de su existencia, convertirse en un exiliado. Es entonces,
cuando echa de menos aquello que quedó en algún lugar como testimonio,
guardado u oculto bajo una losa, en una grieta. El adulto confiesa que
sólo guarda el tiempo, no los sitios. El lugar es un testimonio
engañoso, inseguro.
'Pareidolia' se dice cuando identificamos sobre ciertas
superficies rostros o figuras. Sería una característica del pintor,
descubrir esas manchas, líneas, rasgos en el terrazo del suelo, en las
paredes. Como ocurre también con las nubes, donde vemos perros, gatos, y
caras, un ver siempre efímero, pues cuando de nuevo levantamos la
cabeza, ya no están. Estas apreciaciones no son exclusivas del pintor,
sin embargo, sí su actitud personal, dice: «Las sigo viendo. / A veces
les pongo nombre / y bautizadas las adopto. / Son preciosas. / Otras son
solo silencio. / Quedan ahí para otro día. / No se van / ni se
pierden».
Si mantenemos esa diferencia entre pintor y poeta, un
juego de espejos en los que se refleje la imagen o la palabra, puede que
los consideremos como líneas paralelas que nunca llegan a juntarse.
Destierro
Por último, leo del poema 'Otras luces no sirvieron' su
estrofa final: «Empeñados en explicar todo por su nombre / olvidamos que
hay palabras / que ya no pueden nombrar / y luces que no alumbran». La
irrealidad, el destierro, sucede tanto en la palabra como en la imagen,
los nombres y las luces pierden esa comunión primera, el encuentro, la
revelación. Este es el castigo, tener que inventarlas para hacer que se
parezcan a lo que fueron. Imposible vivir ese estado de gracia de las
primeras experiencias, pero a veces parece que lo conseguimos, lo
encontramos en un poema, en un cuadro. Es necesario escribir, pintar
para dar con la verdad que han sido, han representado, porque mantienen
con vida al poeta y al pintor. Es preciso imaginar puertas, seguir en el
camino, no perderse en el bosque. Si pintor y poeta ven el árbol, puede
que coincidan en el claro del bosque.