© Antonio Gómez Ribelles
Cuenca
De mayor seré
turista
(Escrito con tiza en una pared del centro histórico de Cuenca)
He
aparcado el coche en lo más alto de la ciudad, mirando a la hoz. Por la noche
estará cubierto de hielo. Hace mucho frío y caminamos rápido hacia el hotel, calle
abajo. Duele el aire en la cara y las manos.
Intento
encontrarme en la ciudad, saber que estoy en el sitio adecuado para que mis
pensamientos choquen con las paredes y vuelvan, y me envuelvan. Pero para qué
te voy a engañar, soy torpe, y no lo consigo.
Cuando
dejo la mente en blanco, bueno, cuando lo intento (hay cosas imposibles para
mí), enseguida me vienen ideas de turista, palabras como horario, visita,
entrada, foto, recuerdo, en lugar de tiempo, camino, memoria, relato. También
me duelen los pies y buscamos un sitio que nos recomendaron para comer. Lo
encontramos, y allí nos rodean veinte turistas más que también piensan que no
lo son, que lo que ellos hacen es viajar y comer en un sitio que le
recomendaron, todo un descubrimiento.
Sólo
me salvan las ciudades cuando ya no estoy en ellas.
La
tienda de papel sigue cerrada. Me lo imaginaba, a pesar de lo que había dicho
aquel vecino al que preguntamos, ayer la había visto abierta. Hace mucho tiempo
que compré el papel, en otro viaje, en verano. Probablemente sea lo más lógico,
volver y que esté cerrada, aquello ya pasó. Esa es una respuesta correcta a un
recuerdo viejo.
Hace frío, mucho. Quiero hacer fotos y me quito los guantes
para manejar la cámara. Las manos entonces me duelen y pienso que nada de todo esto
saldrá en una fotografía. La hago, de todos modos.
Caminos
Salgo
de casa. Por inercia sigo el camino más corto y probablemente el más feo. No es
que haya muchas alternativas, pero al menos podía variar cuando voy por aquí
todos los días. No lo hago.
Me
imagino eligiendo caminos absurdos para llegar al mismo sitio, como el más
largo, el que más esquinas doble, aquél que en días de viento sea el más
incómodo, o el que te lleve en verano por las calles más soleadas, sin
sombrero. No elijo el más hermoso porque creo que no me apetece buscar en esto
nada bello.
Pienso
en lo absurdo no sólo del camino, sino en lo absurdo de la acción, ir,
cuando en realidad me gustaría volver por cualquier camino, alguno más
absurdo todavía, pero que recorriera otra ciudad, o quedarme quieto paseando
mentalmente por ella.
Importa
el tiempo que empleamos en cualquiera de las dos cosas, ir o volver, importa el
tiempo de estar quieto. La duración de las acciones no tiene importancia, es
tan relativa como la necesidad del trayecto. El tiempo no, el tiempo es todo.
Me
voy hacia el centro, el día está nublado, un cielo que se llena de sombras sin
definir, y yo de asombro, iluminados los edificios por el poniente. Ojalá
tuviera la cámara, siempre me arrepiento de no llevarla; esperaría el momento
en que las luces bajas cambiaran el color de los muros mientras el cielo se hiciera
más oscuro en grises. Miro la hora y me propongo venir mañana. Pero mañana hará
sol. Nada de esto se repetirá.
Y
sin embargo, siguen cayendo hojas de los árboles en el comienzo de la
primavera.
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