Fotografías: Sebastián Mondéjar
POETAS EN EL MUSEO.
Museo Ramón Gaya, 7 de mayo de 2013.
ANTONIO MARÍN ALBALATE.
Fragmento 1. Antonio Marín Albalate camina por la
calle.
Tengo la mala costumbre de olvidar cuándo he conocido a
ciertos amigos, a los que más veo y aprecio. Será a conciencia, para hacerme la
ilusión de que siempre han estado aquí, desde el origen.
Me invento ahora que a Antonio, que fue vecino, lo vi por
primera vez un día desde mi ventana: caminaba por la calle, por la acera de
sombra huyendo del sol, hombre bajo un sombrero, hombre tras unas gafas,
mirando, viendo sin mirar. Los miopes, y también los poetas, caminamos a veces
así, ocultos en un aire de niebla.
Pero él caminaba así huyendo de lo trivial, de lo ordinario, de la casa, del
barrio o de la ciudad, de todo aquello que a veces odiamos para sentirnos
vivos.
Antonio camina en un espacio distinto, vive en un tiempo
distinto al del resto, vive entre lo trivial para odiarlo, huye de lo trivial
para acceder a los afectos, a su grado posible de libertad.
Pero todo esto quizás sea mentira, y en realidad nos
presentara Leopoldo en su casa, un día domingo. Sí, seguro que fue así, pero no
me acuerdo.
Fragmento 2. Antonio Marín Albalate miente.
“Uno escribe para mentir”
dice Javier Moreno[1].
Y no sólo él, está claro. También Baudelaire, refiriéndose a
la pintura y hablando de los paisajistas del Salón de 1859 afirmaba que eran
unos mentirosos precisamente porque no se habían preocupado de mentir[2].
La mentira es nuestro acto creativo, nada hay más alejado de lo
falso. Mentimos para huir de lo trivial, “lo trivial que es la antítesis de la
literatura” nos decía Miguel Espinosa[3], y
accedemos a todo a través de un artificio que esconde más verdad que lo real.
La ficción es realidad, todos los mundos creados en ella se encuentran en el
mundo, y volamos a la mentira, más creativa, más rica, más lógica.
Así que Antonio, que iba por la calle mirándose hacia dentro,
mirando a la conciencia, decidió ser un honesto mentiroso para crear lo que
consideraba trascendente, lo que adquiriera valor de afección, y una vez construido
aquello que nos llena de afectos, ascenderlo a la categoría de realidad, ese
lugar donde ya no hay trivialidad, la poesía, donde todo es necesario, donde todo es estética.
Fragmento 3. Antonio Marín Albalate crea proceso.
El proceso es tiempo.
El proceso es doloroso por ser tiempo.
Hay casos hay en la pintura, vuelvo a ella, de artistas que
han utilizado el proceso como sustento de la obra, consiguiendo un resultado que
quizá no responda a todo eso. Luc Tuymans se plantea su obra mucho tiempo,
pensándola, creando discurso, recogiendo datos, fotos, todo lo necesario para después utilizar el
menor tiempo posible en la realización práctica. Ante la obra acabada nos queda
el vacío de lo que no llegó a explicarse del todo.
Avigdor Arika se enfrenta a una realidad en una sola sesión:
lo que queda es la huella de ese enfrentamiento. La huella.
Y el conceptual Yves Klein decía “mis obras son sólo las
cenizas de mi arte”. Con esto lo dice todo.
Cenizas, huellas, restos, efímeros a veces, de procesos
complejos y ricos, pero no asequibles siempre. Auras lejanas.
Pero el poeta que se escribe, el poeta que no se pierde en la
palabrería, el poeta que escribe un libro constante donde nada va más allá de
lo necesario, es en sí proceso, doloroso por ser tiempo, memoria, pero no
memoria vana, perdida, sino versos que la rescatan de las profundidades del
tiempo. Mentira sí, mentira deseada, porque lo que queremos es que nos mientan.
Y como decía Hugo Mújica:
La poesía no está nunca
en el poema;
no lo está porque no
es: llega.
Antonio camina y escucha, mira o no, habla y juega con el
lenguaje, una palabra o un nombre que da vueltas en su cabeza una y otra vez; pero
ese juego cambia a una seriedad tremenda ante el poema, donde aparece la
angustia, el desencanto[4], la ironía,
el amor, el desamor, la pérdida, y la memoria de la perdida. Antonio habla con poetas,
con todos los poetas que considera imprescindibles, con sus cantantes. Persona
a la que horroriza la traición, es poeta que se traiciona y traiciona con
versiones mentirosas, afectos personales, más reales que lo real.
Pero a Antonio no le interesa explicarse ni que le expliquen.
En el silencio, en su duda, en su “no sé”, en la noche está la magia iluminada
de versos luminosos, poemas densos de imagen y a veces breves, concretos, llenos, palabras
voraces que salen de la boca de la poesía.
Y Antonio elige ese camino y se obsesiona.
Fragmento 4. Antonio Marín Albalate se obsesiona.
Que el poeta actúe por afectos y cree realidades líricas no
deja de ser necesidad, un sumario permanentemente abierto sobre una obsesión. Antonio
genera un ciclo que no se cierra, un espacio en espiral en el que nada se
cierra, y todo avanza mirando siempre a lo anterior, a ese tiempo distinto.
Que para ello utilice ciertas metáforas que crean sentido y
dotan de realidad a su mundo es algo que nos es común. Obsesiones en espiral
que lo son todo, o la nada que queda después.
El deseo siempre, como motor de todo, el deseo posible y el
imposible, el próximo y el lejano; La locura como posibilidad mágica para la
mentira, el retrato y la verdad; La pérdida, aunque sea de lo que nunca ocurrió,
esa que más duele; La nieve y el frío como final, y el barro en el que quedamos.
La memoria que nos salva y la amistad.
Y Juan Cartagena. Y libros, y antologías, ediciones, homenajes…
generosidad.
Fragmento 5. y final
Antonio Marín Albalate camina ahora por el medio de la calle,
respirando poesía; se quita el sombrero cuando le da la gana y poemas de
cenizas caen en su cabellera y ahí se quedan, poemas reales necesarios.
Pero esto quizás también sea una mentira, y por ello más
valiosa.
Sólo un poema de Antonio, uno que me unió con él hace tiempo
en la poesía:
Mentira de nieve en mis
manos
Una noche de verano, descubrí
Que el Norte me hacía daño.
Y volví al Sur
Al silencio y a mi casa
Como quien regresa de un naufragio.[5]
Y el mío, a modo de respuesta:
Y volví del Norte,
de la lluvia y de la sombra
al sur
para esconderme de la luz
en el vientre seco de un aljibe.[6]
Antonio Gómez Ribelles
[1]
Alma.
Javier Moreno Ed. Lengua de Trapo 2011.
[2]
Sobre la fotografía. En el ensayo Sobre algunos temas de Baudelaire. .
Walter Benjamin. Ed. Pretextos 2004.
[3]
Prólogo a El vaho en los espejos de Dionisia
García. 1976
[4]
El desencanto, película de Jaime
Chávarri (1976), donde los hijos de Leopoldo Panero y su viuda hablan de sus
relaciones a través del recuerdo de la muerte del padre. La relación de Antonio Marín Albalate con la
poesía de José María Panero y su admiración es conocida y reconocida hasta
llegar a la antología Sobre la tumba del
poema, y el libro-homenaje Leopoldo
María Panero, poema que llama al poema.
[5]
Todavía la nieve en la palabra. Antonio Marín Albalate. Ed. Vitrubio
2000.
[6]
El peso del silencio. Catálogo de la exposición. Antonio Gómez Ribelles.
Ed. Ayto. de Cartagena 2004.
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