domingo, 10 de marzo de 2013

Los andenes de la visión





Juan Heredia se instala en los andenes de la visión. Como el pasajero que es, lleno de calma se sienta el tiempo que haga falta, hasta que el motor se escuche y aparezca más cerca lo que fue otra cosa. Pareciera que sólo confíe en su mirada y que los dedos le obedezcan llenos de experiencia, pero no es solo eso: transcribe el texto visible a la grafía de las tintas que se diluyen, todo se diluye.

Decía John Berger que “el dibujo y la pintura presuponen otra visión del tiempo”, algo que nunca alcanza la fotografía, una forma distinta de respirar. El dibujo nos obliga a detenernos. Sentarse a observar lo que miramos, extender en el tiempo la mirada, es inhalar unas formas  que nunca coinciden con lo que vimos, algo cambiante, vivir un presente que no acaba nunca, un recuerdo que convive con lo visible, un pasado que convive con el presente. Es en esa manera de multiplicar la visión por la suma de fragmentos sucesivos en lo que insiste Juan, en crear una experiencia vital, amorosa decía Ezequiel Pérez Plasencia. Plantearnos la necesidad de esta obra sería como plantearnos la necesidad de lo visible, de mirar y ser mirado. Lo demás, la elección del paisaje urbano, la buena técnica, la bondad y el embeleso en lo minucioso, el gusto por el detalle y el proceso, son el propio Juan Heredia, lo que él mismo es y busca, por lo tanto inexcusables, inevitables.

Su mirada convertirá el mundo en unos límites, convertirá ese fragmento en su mundo durante las horas necesarias. Pero el dibujo acabará integrado por la suma de mínimos instantes, convertido en una totalidad que lo que fundamentalmente abarca es el tiempo. No debemos olvidar que lo visual es momentáneo, fruto de un instante irrepetible, de una colaboración entre el objeto y el observador, y de la voluntad de ser vistos y de mirar. Los dibujos no detienen, no congelan como la fotografía -que acaba en un soplo, a veces sin referencias de quién y cómo; en todo caso retienen la memoria de un tiempo, del que fue necesario para mirar y realizarlos, y que experimentaremos de nuevo como espectadores. De nuevo algo vital, que hace que la obra no sea réplica, sino única por el lapso destinado a mirarla, por su mirada que cada vez nos devuelve. La imagen dibujada contiene la experiencia de mirar en los dos sentidos, como una cerámica de celadón  que a pesar de ser objeto siempre nos transmitirá el proceso de su creación, la huella de las manos que la tocaron, y que a pesar de su perfección siempre nos dirá que es única e irrepetible, sin réplica, con sus irregularidades y con un fuego que la vitrifica y vivifica.

Juan acaba su dibujo cuando las cosas se van de su mirada a su papel. Y entonces las observa en la lejanía de la memoria, en la línea vaga del dibujo que el agua y la tinta han ido borrando, en un pasado presente.

Juan, entonces, no se va, recoge y espera a que llegue otro, en el mismo andén. No en la visión misma, sino en sus andenes.


Antonio Gómez Ribelles





Juan Heredia expone en la Galería CHYS de Murcia 
del día 15 de marzo hasta el 6 de abril de 2013.

Este texto aparece en el tríptico de la exposición.