martes, 20 de marzo de 2012

deconstrucción



Anuncio en una tienda de fotografía:

 “Si no revela sus fotos,
perderá sus recuerdos”





Un día descubrió que los ácaros se habían metido en su cámara fotográfica, los veía a través del visor, caminando por el espejo, como cuando una mota de polvo se mueve por la superficie del ojo y la ves desplazarse sin ser capaz ni de seguirla ni de tocarla, y cuando parpadeas desaparece, o cambia de lugar para seguir moviéndose. De la misma manera veía a los ácaros sobre la imagen por hacer. No los quitó.

Con el tiempo descubrió que en sus álbumes ya no tenía fotos, que lo que él creía recuerdo se llenaba de agujeros, como los que hacen los peces de plata en el papel, y esos huecos crecían y hacían desaparecer todo, deshaciéndolo en virutas. Algo había devorado las fotos por hacer y las ya hechas, las que conservaba en la caja de galletas y las guardadas en el disco duro. Pero, sin embargo, recordaba vívido aquel barco hundido en Estambul y el olor del óxido en el agua, e incluso todo el ruido que llenó su mente aquel día.

Así descubrió que podía vivir sin ellas, y descubrió la libertad de cambiar sus recuerdos a voluntad, según le interesara, sin testigos ni pruebas. Y fue moderadamente feliz.

Un día viajó hasta la ciudad y buscó la dirección entre las calles húmedas donde se oyen siempre las pisadas con un ligero eco. Y allí descubrió la casa desde fuera y la tuvo que ignorar, porque no había fachadas en sus momentos lúcidos, sólo tiempo para el tiempo de los muertos.