lunes, 22 de octubre de 2012

Dos portadas

Este verano he tenido el gusto de realizar dos portadas para dos amigos:


1

Un homenaje a Ángel Paniagua, una noche de verano.
Siete poemas de siete poetas, de siete amigos. 
Una portada. 
Una plaquette que se titula "endecasílabamente nuestro", en la que participamos

   José Alcaraz, 

                 Natalia Carbajosa, 

Juan de Dios García, 
                                                 Antonio Marín Albalate, 

Joaquín Piqueras,            
                                  Vicente Velasco 

                                                                                   y yo mismo, Antonio Gómez Ribelles.


Ángel Paniagua ha publicado en su blog los poemas que componen estas páginas, que podéis leer en http://ajustesyotrascuentas.blogspot.com.es/ en la serie de cuatro entradas "siete amigos, siete poemas".










2

Vicente Velasco ha ganado el XVI Certamen de Poesía Pepa Cantarero, y como parte del premio se publicó en agosto el poemario NINGÚN LUGAR.

Vicente contó conmigo para la portada y contraportada, cosa que agradezco y que disfruté, realizando una serie de dibujos.

Enhorabuena a Vicente desde aquí, que personalmente ya lo celebramos en su momento.






jueves, 12 de julio de 2012

domingo, 1 de julio de 2012

Espejos rotos








A Lorenzo le da por pensar en su casa, no en ésta que le acoge, sino en aquella en la que vivió, la que construyó su padre. Pero solo le sale la palabra casa.

Mientras acerca sus ojos viejos al cristal del televisor, intenta ver a través de la niebla en que se ha convertido la pantalla electrónica. Piensa, le da por pensar, que todo se parece mucho a su mala cabeza cuando recuerda cosas antiguas, todo tan turbio, con sólo algunas voces más nítidas, como flashes de fotógrafo, y con mucha humedad.
No consigue recordar nada que no sea más que un fragmento, oxidado quizás, cuajado de ceniza blanca o cal para enterrar un cuerpo. Espejos rotos.

Oye poco mejor que ve. Lorenzo, entonces, sin ver ni oír, piensa con palabras y la mitad de las cosas se las inventa, siente que las cosas se evaden o que vuelven y se pierden. Así que el mundo se le hace hacia dentro y da vueltas, “sólo da vueltas y yo no volveré”, se dice, y toma conciencia, si alguna le queda, de que el recuerdo ya no existe.





martes, 19 de junio de 2012

Antes de que vuelvas a ser olvido. Un relato de Mª José Villarroya.


El siguiente relato es un regalo. Un regalo de Mª José Villarroya. Una preciosa evocación de cómo la memoria construida rescata la historia del olvido, un texto que une mi pintura, el proceso que Mª José conoce y su literatura. Mª José ha sido finalista del Premio Rendibú con el relato "Espérame en el cielo".

La imagen es el cuadro "La nena" en la exposición La traición de la memoria, que da lugar a este emotivo relato.



Antes de que vuelvas a ser olvido
                                                                      
Mª José Villarroya Durá


Sentada frente al piano, la nena no sabe dónde está. ¿Qué lugar es este amplio salón de paredes blancas? Olegaria no recuerda haber estado antes aquí. Sobre los muros puede ver muchos cuadros pero no hay espejos ni cuelga del techo una lámpara de araña, así que no es en un salón de baile. Donde está, frente al piano, ella sobresale por encima de cualquiera de los invitados del salón (como si la hubieran puesto sobre una tarima y ocupase el centro de uno de los laterales). Esas dos razones hace ya rato que la llevaron a asumir que ella debe ser la pianista y que los invitados han venido a su concierto. Vuelve a sentirse inquieta. Es mucha responsabilidad.

La nena querría esconderse entre las faldas de su mamá o de cualquiera de sus hermanas pero ninguna de ellas se encuentra cerca. A pesar de que está acostumbrada a esta soledad, la pierden sus escasos nueve años y esta poca memoria que siempre la traiciona.

No recuerda haber tocado ninguna pieza al piano. ¿Qué música habrá interpretado? ¿Le habrá salido bien? La nena busca en su memoria. Y busca en vano. Porque no encuentra respuestas. No sabe qué pensar. No recuerda que supiera tocar el piano, pero tampoco tiene la certeza de no saber hacerlo. Hace ya tanto tiempo que fue, tanto, tanto, que apenas guarda memoria de sí misma.

Sentada frente al piano, la nena es una enredadera de vacíos y certezas, de verdades y ausencias, de la traición de la memoria. Por pequeña que parezca, Olegaria ha aprendido algunos secretos a golpe de destino. Tan pequeña y ya tiene noción de que el recuerdo es líquido, como líquida fue esa infancia que se resbaló de su cuerpecito de niña. La memoria que fluye y que se estanca a veces, que se desliza entre los dedos, que se detiene y forma un último remolino antes de desaparecer. ¿Quién podría retenerla? Hay muchas cosas que ella querría saber. Pero las ha olvidado.

La vida es un sueño remoto, una sucesión de claroscuros inconexos, escenas veladas donde confunde rostros, signos, restos, señales y fragmentos que no sabe reconstruir. No puede distinguir lo que inventó de lo que fue. Y Olegaria tiene miedo de volver a ser olvido. Porque de él ha venido.

Sentada frente al piano, tal y como le ordenó el fotógrafo, en esa misma posición, la nena observa atenta cómo los invitados van llegando. Muchos bajaron y subieron por las puertas de Murcia o la calle del Aire y a la altura del gran hotel buscaron el palacio de Molina. La nena estaría encantada si supiera que está en un palacio pero nadie se lo ha dicho. Lo ignora. Igual que desconoce las calles de Cartagena, una ciudad ajena. Es curioso porque en el recuerdo de los invitados, esta niña quedará para siempre ligada a esta ciudad en la que nunca estuvo.

Olegaria no termina de comprender  qué está pasando en la sala ni cuáles son las extrañas leyes por las que se rige el público que ha acudido a verla tocar. ¿Y por qué no aplaudieron? ¿A qué andan esperando? Desfilan entre besos y saludos. Ella estira la espalda, como hacen las artistas y, en cuanto se le olvida, vuelve a balancear sus pies de niña.

Sentada frente al piano, la nena se sorprende de lo que ven sus ojos. No reconoce a ninguna de las personas que se saludan y se besan, sólo al hombre del traje negro, ese que sonríe de pie junto a la mujer que asemeja la reina de las nieves. Son muchas las preguntas: ¿Quién es toda esta gente que ha venido al concierto que ella cree haber dado? ¿Por qué visten así? ¿Quién daría la orden de venir disfrazado? Tal vez eso no importe demasiado porque la nena se sabe guapa, muy guapa, casi tanto como su hermana Ángela (que parecía una princesa el día de su boda).

Olegaria cree recordar que fue para ese día que mamá le compró este vestido de raso con tres volantes blancos que ahora luce. Aquel día jugó a hacer equilibrios: la junta de las losas era una cuerda floja y Olegaria una funambulista que se acercó al altar sobre la cuerda. Con la vista en el frente y las manos atentas en el cestito de arras. De blanco y con volantes.

Sentada frente al piano, la nena sigue observando a los invitados sin dar señas de impaciencia. Sí, decididamente fue mejor ignorar que había que venir disfrazado. Con el vestido que le hizo la modista para la boda de Ángela, ella está mucho, mucho más bonita. Le copiaron un patrón de El espejo de la moda para que fuera como las niñas de París. Estas señoras llevan unas faldas muy cortas con las que enseñan las rodillas. Si las viera papá diría que son casquivanas y frívolas. Esas palabras no las ha olvidado. Las señoras casquivanas y frívolas no sabe Olegaria de donde son, pero visten vestidos más cortos de lo debido. Y si además cantan, entonces son cupletistas. Pero éstas no parece que canten.

Se está desesperando. ¿Por qué nadie la aplaude después de su concierto? ¿Qué debe hacer ahora? Sería divertido bajar del taburete y jugar a dar vueltas sobre sus zapatitos. Sería muy divertido. Sólo que tiene miedo de moverse. Son ya muchos los años que pasó en el olvido y Olegaria teme no existir más allá de la prisión de esta fotografía.

Sentada frente al piano, la nena, decíamos, observa los grupos de personas que se acercan, se funden en sonoros besos, se mantienen cercanos un instante y se disuelven de nuevo como la espuma leve de las olas en un tranquilo día de playa. Aunque ya no espera volver a verla, sigue buscando entre los rostros a su madre, a su padre, a sus hermanas, pero nadie encaja con los recuerdos que guarda de ellos. ¿Y si la hubiera olvidado? Es consciente de que ha transcurrido mucho tiempo desde entonces, ¿cuánto?, no podría decirlo. Y, además, ¿de qué habla cuando piensa en entonces? ¿A qué suceso alude? ¿A qué momento vuelve?

Para la nena, mamá es la imagen de unas manos en el delirio de la fiebre que la consumió. Es el consuelo de los besos, los ojos que te envuelven, el pecho que te arrulla. Es la voz que te abraza, el grito final que Olegaria ya no pudo escuchar y los llantos desconsolados que siguieron a su muerte.  ¿Qué rostro tenían todas esas cosas, esos recuerdos en que se ha convertido su madre ahora que parece haberla olvidado? La nena tiene miedo. No quiere ser olvido. Porque ya estuvo en él y sabe lo que dice. Cuando no era memoria. Cuando no era dolor. Ni nostalgia siquiera. Cuando sólo era nada.

            Sentada frente al piano, la nena no reconoce a nadie. Sólo al hombre de negro. Debe ser importante en esta casa porque todos aquí le felicitan, le abrazan le dan golpes cariñosos en el hombro. Le tienen mucha estima. Es el único que le inspira una cierta confianza. Ha estado mucho tiempo junto a ella, observándola con un mimo y una delicadeza que le recuerdan a Olegaria los besos de su madre. Reconoce su aliento y hasta el ritmo sereno de su respiración. Olegaria lo mira y no sabría explicarlo. Se pregunta quién es este hombre en quien ella adivina una luz conocida, un recuento de las ausencias que añora, un gesto familiar que antes vio en las pupilas de sus hermanas.

Cuando el hombre de negro y con barba la mira, Olegaria está segura de que él la ha rescatado del olvido.

Sentada frente al piano, la nena tiene muchas ganas de llorar al ver que no la aplauden y  que se ha puesto a pensar en todas estas cosas tristes y en su mamá a la que inútilmente busca. Los invitados se detienen frente a ella. La miran con ternura con un gesto de interrogación. Parecen preguntarse quién sería esta niña que hace tanto que fue. ¿Quién fue y a qué jugaba? ¿Qué sueños soñaría? ¿Qué miedos temería? ¿Qué se llevó sus años incompletos, esa infancia inconclusa dormida para siempre? Ella ya no sabría responderles.

La miran como si fuera posible llevársela grabada en sus retinas y no les traicionara la memoria. La observan tratando de recordar los bucles de su pelo, el balanceo ingenuo de sus pies infantiles que no alcanzan a pisar aún los pedales, el arco de sus cejas, su mirada perdida, tan distante, tan tierna. La miran cómplices, sonrientes, rendidos ante su ingenuidad evidente y su dulzura contagiosa.

A la nena le gusta. No importa la traición de la memoria. No importa que no sepan que ella todo lo ignora sobre escalas y arpegios, que nunca estuvo aquí, que murió de las fiebres, que se llama Olegaria y que ha olvidado el rostro de su madre después de un siglo detenida sobre este taburete frente al piano. Cualquier cosa valdría. Cualquier memoria vale antes de que ella vuelva a ser olvido. 




miércoles, 13 de junio de 2012

La luz. Las arenas. Un poema.




Nada tengo que descubrir ahora del gran pintor Antonio Martínez Mengual.
En el tríptico de su intervención en el Museo Ramón Gaya en 2010, él utilizaba la siguiente leyenda oriental que daba título a aquella “extraposición”:

“Un hilo rojo e invisible conecta a quienes están destinados a conocerse, sin importar el tiempo, el lugar o circunstancia. El hilo se puede estirar o acortar, pero nunca se romperá.”

Quiero pensar que lo había entre él y yo y que se cumplen las leyendas, como no.

Y hoy puedo hablar del artista, del maestro, del amigo, del hombre sabio y generoso.

Después de visitar su exposición La luz. Las arenas en la Fundación Pedro Cano de Blanca, empecé a escribir una serie de anotaciones, sugerencias acerca de su obra que se acabaron convirtiendo en un poema del mismo título y que le envié. El dibujo que ilustra esta entrada es un regalo que él me hace para el blog con la intención de que lo ilustre.
Agradezco a mi amiga Carmen Piqueras su lectura y sugerencias.

Aquí queda, entre Antonios un día de San Antonio.






La luz. Las arenas.

                                               Para Antonio Martínez Mengual


Todo aquello que no acaba
se vuelve aire
o  rastro de agua.

Océanos de calma,
luz densa antes del tiempo,
que hace de los desiertos jardines
de arena que el viento talla.

El mar de Homero hoy es de cadmio
amarillo en una luz que no te aplasta 
que dibuja tu sombra y la de todo
en la pared.

Queda la sombra y la ceniza,
el agua ausente, evaporada,
fluyendo en los papeles gota a gota,

Eso es todo,
la escritura secreta que subsiste
entre la vida y el arte
allí donde estamos, donde las cosas
de una manera extraña permanecen.




Antonio Gómez Ribelles
                                                                                                  Junio de 2012





lunes, 11 de junio de 2012

Tu suerte está en Ispahán




Durante la exposición "Catorce" que realicé en Galería Bisel en 2010, la asociación cultural Diván organizó un acto en el que Natalia Carbajosa, gran poeta y amiga nos recitó parte del poema Tu suerte está en Ispahán. Era la primera lectura pública de este poema, y el haberlo oído en el marco de mi exposición con la excelente voz tan envolvente de Natalia, en la tradición de los cuentistas orientales a los que tanto debe en su origen este poema, lo llena para mí de un contenido especial.
Es ahora cuando hemos podido verlo editado por la editorial Hipálage. Han pasado dos años desde entonces, y los poetas estaréis acostumbrados a tener en los cajones obras que consideráis importantes y que merecen más éxito, e incluso hay quien deje dormir sus obras para que el tiempo nos dé más sentido crítico. De cualquier forma, cuesta mucho editar y exponer, y hay que darse la enhorabuena cada vez que vemos publicados buenos libros de personas serias y trabajadoras, en el silencio muchas veces, las más, pero que no dejamos de desear oír por su calidad literaria. Lo último de Natalia son sus colaboraciones con Antonio Arias, de Lagartija Nicks, sus entrevistas y colaboraciones en revistas y sus traducciones de Scott Hightower junto con Ángel Paniagua. Scott, al que pudimos ver y oír en Cartagena en una lectura en el café "Ficciones" junto con sus dos traductores. Pronto podremos ver esas traducciones recogidas en libro, por primera vez en castellano. Trabajos brillantes todos.

Las palabras, palabra-lugar frente a los no lugares, la magia de escucharlas, alegato del poema y de los cuentos que nos llevan a donde nunca hemos estado.

Dejo un fragmento:




                      Ni tu idea de la suerte, ni tu idea de Ispahán importan. Porque 
            Ispahán es para ti,
           aquí,
           en la superficie lisa del poema, solamente
–o nada menos que-
           el nombre de un lugar, es decir, solamente
–o nada menos que-

          un nombre. Un nombre remoto e inverosímil como 
Samarcanda o Esmirna o Damasco; o como Macondo o Santa María o 
Comala; o como Xanadú o Sangri-lá o Walhalla o…

                      un nombre.       


                                                                                             Natalia Carbajosa





jueves, 31 de mayo de 2012

Un poema de Sebastián Mondéjar

Instrumentos musicales realizados por Sebastián Mondejar.


Sebastián Mondéjar me dedicó este poema con motivo de la exposición y de su colaboración en el vídeo "Parsimonia", al que ilustró musicalmente. Está publicado en su blog Un camino en el aire, pero que también quede aquí.





PARSIMONIA

                          Para Antonio Gómez


Sin memoria no hay juicio, no hay conciencia.

La memoria es aljibe
de una casa viviente.

Eco que nos traduce.

Todo cuanto habitamos nos habita.
Todo paso que damos deja huella.

Saca del continente el contenido, extrae
del corazón del fruto la simiente
y ocupa su oquedad.

La semilla eres tú.

Desdibújate en savia, tallos,
brotes y hojas hermanas.

Surca el mar de la luz y de la sombra,
navega con sigilo en el silencio
que todo lo circunda e, igual que un caracol,
imprime en el estuco de la noche
 -blanco velo lunar de la memoria-
la estela luminosa
que una conciencia agreste y distraída
descubrirá en el borde del aljibe.


                                                                 Sebastián Mondéjar

viernes, 4 de mayo de 2012

Libros para una exposición.




Durante el tiempo de gestación de la exposición que presento en el Palacio Molina de Cartagena son muchas las lecturas que me han ayudado a centrar el tema y que me han aportado un contenido que en ocasiones no tenía y en otras han dado visiones paralelas a las mías. No siempre estoy de acuerdo con los autores que cito ni sus visiones sirven para un punto de vista personal, el mío, sobre la construcción de la memoria basada en la traición de ella a nosotros y de nosotros a ella como un proceso creativo. Pero todos son valiosos. No los califico más, y el orden no es cronológico de lectura.

Si quiero destacar y recomiendo los libros de Lola López Mondéjar, Salvador Rubio o Estrella de Diego, todos ellos también llenos de referencias.

Aquí dejo la bibliografía de los más utilizados, como registro y por si a alguien le pueda interesar. Iré ampliando cuando revise las habitaciones de mi casa, siempre hay libros en cada una de ellas, o cuando encuentre otros más adelante (tengo varios localizados). Y si me queréis recomendar alguno, os agradeceré que lo hagáis.

-        Henri Bergson/Memoria y vida. Textos escogidos por Gilles Deleuze.  Alianza Editorial, 1977
-        García Morente, Manuel. La Filosofía de Henri Bergson. Austral, Espasa Calpe, 1972.
-        Borges, Jorge Luis. Funes el memorioso. Ficciones (1944) Alianza Editorial 1996.
-        De Diego, Estrella. No soy yo. El ojo del tiempo, Ed. Siruela, 2011.
-        Berger John. Mirar. Gustavo Gili, 2008.
-        Berger, John y Mohr, Jean. Otra manera de contar. Gustavo Gili, 2008.
-        Rubio Marco, Salvador.Como si lo estuviera viendo (El recuerdo en imágenes). La balsa de la Medusa, Antonio Machado libros, 2010.
-        Danto, Arthur C. La transfiguración del lugar común. Paidós, 2002.
-        Sontag, Susan. Ante el dolor de los demás. Alfaguara, 2003.
-        de Azúa, Félix. Diccionario de las Artes. Anagrama, 2002.
-        Fontcuberta, Joan. La cámara de Pandora.Gustavo Gili, 2010.
-        López Mondéjar, Lola. El factor Munchausen, psicoanálisis y creatividad. CENDEAC, 2009.
-        Sontag, Susan. Sobre la fotografías. Alfaguara, 2005.
-        Benjamín, Walter. Sobre la fotografía. Pretextos, 2008.
-        Barthes, Roland. La cámara lúcida. Paidós 2009.
-        Janés, Clara. La voz de Ofelia. Siruela 2005.
-        Auster, Paul. La invención de la soledad. Anagrama 2008.
-        Foer, Jonathan Safran. Todo está iluminado. Ed. Lumen Debolsillo, 2009.
-        Alquimia, revista de fotografía. núm 24. México Mayo-agosto 2005.
-        Revista Arte y Parte. Múltiples números y artículos.
-      López Mondejar, Publio. Historia de la fotografía en España: desde sus orígenes hasta el siglo XXI. 2005, Lunwerg.

Exposiciones y/o sus catálogos:
-      Díaz Burgos, Juan Manuel (comisario). La imagen rescatada. 1863-1940.Fotografía en la región de Murcia. Salas San Esteban y Verónicas, 2001.
-        Tadeusz Cantor: La clase muerta. Iglesia de Verónicas Murcia, 2002.
-        Elena del Rivero: A mano. IVAM, 2006.
-        Juan Muñoz: Permítaseme una imagen. MNCARS, 2009.
-        Bracha L. Ettinger y Ria Verhaeghe: Alma Matrix. Fundación Tâpies, 2010.
-        Juliao Sarmento: 2000-2010. CAC Málaga, 2011.
-        Antoni Muntadas: Entre-Between. MNCARS, 2011.
-        Evaristo Navarro: La construcción de la memoria. IVAM, 2011.

miércoles, 25 de abril de 2012

Gracias


Plantearse un proyecto de exposición requiere una visión global que en ocasiones se nos va de los conocimientos técnicos que poseemos. Es entonces cuando necesitas profesionales que te ayuden, que entiendan bien lo que quieres, o que su aproximación sea lo bastante cómplice para funcionar.

Los siguientes artistas han hecho posible el desarrollo de La traición de la memoria, y aunque citados en la misma y en el catálogo, quiero dejar aquí mi agradecimiento público, que privado ya saben que lo tienen. He de reconocer que no me ha costando ningún esfuerzo contar con ellos, que ninguno ha puesto más pegas que buscar el momento que tuvieran libre para dedicármelo. Cómo lo he conseguido, quiero pensar que es que me lo merezco, aunque no lo tengo tan claro, pero vaya por delante y desde aquí mi predisposición a trabajar con ellos y con otros tan grandes como ellos cuando surja la ocasión. Son regalos que los amigos, porque lo son, hacen a los amigos, y que muestran la generosidad grande que tiene esta gente y mucha más que lo van dejando a la vista. Espero saber corresponder.

Como no es la primera vez que esto ocurre, no quiero dejar de citar a otros que ya colaboraron conmigo, como Antonio Marín Albalate y Ángel Paniagua, con poemas para anteriores catálogos, el músico Tono Clemente, que participó con su música en la inauguración de la exposición “Noviembre” de Chys, o a Dionisia García y el poema que me dedicó en aquella ocasión, que dejé en una entrada anterior. Igual que lo hicieron el músico Javier Aguilar Bruno y la poeta Natalia Carbajosa en la anterior, “Catorce”, de Bisel, leyendo Natalia por primera vez  Tu suerte está en Ispahán, su libro recién publicado y presentado.

El primero al que quiero citar de esta última es a Antonio Nicolás, amigo, hermano, con el que vengo hablando de mis trabajos desde hace tiempo y sin cuya ayuda conceptual y técnica, muchas horas, no hubiera sido posible el video Parsimonia en los aspectos de imagen, e incluso en sus primeros planteamientos y fijación del concepto expositivo.

En el sonido he de agradecerle la aportación al gran músico y poeta Sebastián Mondéjar al que le debo la ambientación musical, y su implicación inmediata en cuanto le llamé por teléfono. Sus percusiones y su palo de lluvia mexicano ahí quedan, ilustrando la exposición entera.

El escultor Fernando Sáenz de Elorrieta ha colaborado en la escultura Aljibe, encargándose del material y la soldadura sobre un diseño mío. Ni un segundo dudó en ayudarme y realizarlo en sus estudio.

La poeta y diseñadora Cristina Morano ha hecho posible un catálogo hermoso, entendiendo perfectamente mi pintura y mis textos y cómo llevarlos al libro. Un trabajo magnífico que quedará como huella esencial de esta exposición.

El fotógrafo Moisés Gil se ha encargado de ampliar la foto de La nena para que yo la troceara y pintara, y del resto de reproducciones. Sus recomendaciones fueron de gran ayuda para la exposición.

Quiero dejar para el final la inestimable colaboración de José Luis Martínez Valero, grande, grande, poeta y amigo, que ha desarrollado todo lo que hablamos y vimos de mi trabajo en un texto bellísimo que me representa, en el que me veo, y que nos ha llevado a conocernos mejor. Ya hizo una aproximación que publiqué en otra entrada del blog, y era normal que, profundizando, llegara a las páginas del catálogo de una manera tan brillante. Un lujo y, como ya dije, generosidad y arte.

No puedo más que sentirme orgulloso de ellos y de otros que caminan a mi lado a diario, que me escuchan y animan o corrigen, como mi hijo Andrés, Flori Celdrán, siempre, Encarna Piqueras, Paco Jurado, Carmen Piqueras, Mª José Villarroya, Jesús Perona, Puri y Antonio, Ángel Paniagua, la gente de El Diván y otros ocasionales pero no menos importantes que ilustran mi vida.

Y, por supuesto, a mi familia.






martes, 20 de marzo de 2012

deconstrucción



Anuncio en una tienda de fotografía:

 “Si no revela sus fotos,
perderá sus recuerdos”





Un día descubrió que los ácaros se habían metido en su cámara fotográfica, los veía a través del visor, caminando por el espejo, como cuando una mota de polvo se mueve por la superficie del ojo y la ves desplazarse sin ser capaz ni de seguirla ni de tocarla, y cuando parpadeas desaparece, o cambia de lugar para seguir moviéndose. De la misma manera veía a los ácaros sobre la imagen por hacer. No los quitó.

Con el tiempo descubrió que en sus álbumes ya no tenía fotos, que lo que él creía recuerdo se llenaba de agujeros, como los que hacen los peces de plata en el papel, y esos huecos crecían y hacían desaparecer todo, deshaciéndolo en virutas. Algo había devorado las fotos por hacer y las ya hechas, las que conservaba en la caja de galletas y las guardadas en el disco duro. Pero, sin embargo, recordaba vívido aquel barco hundido en Estambul y el olor del óxido en el agua, e incluso todo el ruido que llenó su mente aquel día.

Así descubrió que podía vivir sin ellas, y descubrió la libertad de cambiar sus recuerdos a voluntad, según le interesara, sin testigos ni pruebas. Y fue moderadamente feliz.

Un día viajó hasta la ciudad y buscó la dirección entre las calles húmedas donde se oyen siempre las pisadas con un ligero eco. Y allí descubrió la casa desde fuera y la tuvo que ignorar, porque no había fachadas en sus momentos lúcidos, sólo tiempo para el tiempo de los muertos.