viernes, 10 de octubre de 2014

RESEÑA DE MARTÍNEZ VALERO.






ANTONIO GÓMEZ EN CHYS

Si a menudo la sombra es más real que el objeto, también, una parte, a veces  es superior al todo, así puede ocurrir que, cuando se elimina el rostro del cuadro, diga más, porque los ojos con que miramos, como no dan con los ojos que nos miran, descubren maneras de ser que permanecen bajo lo expuesto. De ese modo, el gesto del cigarrillo entre los dedos, muestra el contexto de una época. La chaqueta, la camisa blanca y la corbata más el pañuelo, junto a la camiseta que viste el otro, indican un campo donde está clara la posición de cada cual, porque no conviene que se olvide quien es quien. Ésos, que podrían ser jóvenes con ropas de hoy, frente al plato y los vasos vacíos, cuyas manos aunque están, no vemos, se ajustan a la misma intemporalidad que reside en los antepasados. ¿Significa que el tiempo no pasa? En efecto, el tiempo se queda, se adhiere a cada gesto, por eso parecen conformes y aceptan un papel pasivo en la gran comedia humana, comparten esos platos, que aún no han sido servidos, como un profético mensaje, dispuestos a entrar en comunión con la existencia.
No obstante, el rostro de la mujer ha sobrevivido, como la cara de una  presencia del pasado, depositaria de la continuidad de la memoria que mantiene la identidad, en oposición  a ese otro rostro que fue atrapado sólo porque así vemos, sin que se sepa muy bien por qué estaba allí, invisible, a quien seguro alguien conoce, aunque la familia lo considere un extraño. Estos rostros, que fueron vecinos, conservan perfectamente el aire de la época, constituyen, sin que se lo hubiesen propuesto, la atmósfera social de aquellos días.
Hay cuadros que nos llevan al pasado, cuadros que conducen al presente. Ambos movimientos implican un argumento temporal. Creo que estos cuadros de Antonio Gómez pertenecen a la visión de la infancia, contemplamos una realidad vista desde abajo, justo en el momento que el niño acaba de dejar la mano del padre, como si la realidad hubiese sido algo familiar y, es entonces, cuando ese mismo niño, descubre que todo lo que creían perfecto y acabado, no es sino fragmento, piezas con las que ha de componer su mundo.        





                                   José Luis Martínez Valero

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