Texto de Elena Ruiz Valderas para el catálogo de la exposición Lugares del olvido.
Pitágoras, cuando era preguntado por el tiempo,
respondía que era el alma del mundo.
Plutarco
Cuando Antonio
Gómez Ribelles nos presentó hace unos años un proyecto expositivo para el
Museo, nos cautivó su manera poética y narrativa de mirar los lugares arqueológicos, los sitios olvidados, el paso
del tiempo que como capas estratigráficas crean veladuras en sus obras, y el
álbum familiar siempre fuente de inspiración para el artista.
El proyecto fue
creciendo, Antonio gustó de usar la Biblioteca del Museo para avanzar su
trabajo artístico y la construcción de un discurso “Lugares del olvido”. Hace
unos meses ya nos adelantó parte de la narrativa del mismo; lugares, objetos,
tiempo y relato….Todo ello nos trajo a la memoria una breve reflexión de André
Parrot sobre la capacidad de evocación que tienen los objetos antiguos en los
museos que no sólo nos ponen en contacto con nuestros ancestros, sino que
también nos invitan al viaje, de forma que cuando uno contempla en el Museo
Británico los fantásticos relieves de Nínive, uno quiere emprender el viaje y
trasladarse a la que fue la capital de los asirios.
Parrot, en el
preámbulo de su libro sobre Nínive[1], también
señala que la visita al lugar te puede decepcionar, pues donde estaban el
“Palacio sin rival” de Senaquerib o el palacio y biblioteca de Assurbanipal,
sólo hay dos montículos y apenas se dibujan unas ruinas. Sin embargo, lo
fascinante es que desde lo alto de la colina puede contemplarse en el horizonte las montañas nevadas del Kurdistán,
los campos verdes y la cinta de plata del Tigris, ese lugar olvidado había
permanecido casi inmutable en el tiempo,
era el alma de la antigua Nínive.
Antonio Gómez
Ribelles rescata de su niñez esa experiencia personal, ese primer encuentro con
el alma del tiempo, con el recuerdo de su primera visita arqueológica a la
ciudad greco romana de Ampurias, sus primeras sensaciones al respirar el mismo
aire y estar en aquel lugar que, rescatado de la memoria, había pervivido.
En su serie Lugares, nos muestra esos fragmentos
olvidados como relatos de una historia; el monumento
funerario de Ampurias, el túmulo de
Maratón, donde reposa la memoria de aquellos soldados griegos fallecidos en
la batalla contra los persas, la montaña
artificial de escombros de Teufelsberg, que se eleva como un tell de Oriente recordando a la Berlín
destruida en la Segunda Guerra Mundial, o una pequeña terrera en la llanura del campo de Cartagena, fruto del trabajo
de la tierra.
El artista muestra
la huella del hombre en el paisaje, de forma casi inocente, con la sencilla
imagen del canal que llevaba el agua a la ciudad romana de Segóbriga, o esa visión de las gradas del teatro romano de Cartagena, un edificio rescatado de la Antigüedad
cargado de identidad, pero donde se perciben las trazas de su larga Historia.
Aquí las capas y veladuras se superponen como estratos y son testigos del
tiempo.
En la serie Objetos, toman protagonismo los
fragmentos que pertenecieron al lugar, a sus gentes y a un tiempo, un puzle
donde a veces faltan piezas. Los objetos o el lugar, colocados en líneas
superpuestas, no están prisioneros en la imagen sino que en la obra de Ribelles
aparecen envueltos en una atmósfera casi poética.
El artista
recupera su memoria familiar en la serie Tiempo.
De nuevo el álbum familiar es la fuente de inspiración; son rastros de una
vida, fragmentos para ensoñar y reconstruir el relato de familia filtrado por
los sentimientos. Un Relato que se
enriquece con los recuerdos y las Postales,
ellas invitan al viaje, al reencuentro con la historia. Ampurias, Segóbriga,
Cartagena, son el recuerdo de haber estado en un lugar en un tiempo concreto
como “la familia Lesnehr” junto al mar, salida del álbum familiar de Ribelles.
El Relato de Agrigento, el templo de la
Concordia, los dibujos de sus primeros investigadores que trazan la planta del
edificio, los objetos en vitrinas antiguas, los textos en los reversos de las
fotos o de las postales ayudan a construir el discurso. Sin embargo el apunte
más personal de la serie lo encontramos en el
retrato del Cardenal pintado por Rafael, conservado en la retina de Antonio
Gómez desde su primera visita al Museo del Prado, esos fragmentos de la memoria
que son el aprendizaje de la vida entran en diálogo con el recuerdo familiar,
que acompaña con las líneas escritas de una carta del bisabuelo Ribelles
firmada el 2 de agosto de 1926.
Cuando
contemplamos el fabuloso sarcófago paleocristiano del Museo de Cádiz pocos
recordarán su casual hallazgo en 1927 cerca de la línea de playa de la bahía de
Carteia[2]. Ribelles
rescata la memoria de Evaristo Ramos, una persona instruida de su época, que al
plantar una palmera en el jardín de su finca encontró el magnífico sarcófago;
aquel hallazgo tuvo una gran repercusión en su momento hasta el punto de que
vecinos y primeros veraneantes de Puente Mayorga fueron a conocerlo, se
retrataron con él, dejando un testigo gráfico del acontecimiento. Algunas de
estas fotos estaban en la preciada caja de galletas de Ribelles, su especial
baúl de los recuerdos de familia.
Antonio Gómez
Ribelles, artista multidisciplinar, pintor, fotógrafo, poeta y escritor,
también nos ha querido dejar su libreta de apuntes en forma de “tablillas de cera”, evocando al mundo
clásico donde se usaban como soporte de escritura portable y reutilizable. A su
experiencia vital, el viaje, el lugar, el tiempo, se suma su amplia formación e
investigación, creando un proyecto expositivo donde el artista ha experimentado
una simbiosis con los lugares, ha respirado el aire de los sitios perdidos, ha
buceado en las bibliotecas y libros, y nos sumerge en Lugares del olvido, donde el proceso creativo refleja esa intención
de reencontrarse con el pasado como punto de encuentro y de dialogo
contemporáneo, y nos presenta una obra nacida desde el alma del tiempo.
Una exposición que
se inaugura en el Museo Teatro Romano de Cartagena. En este contexto la propia
presencia de la arquitectura romana en la sala le otorga un carácter
excepcional a la muestra al establecer un rico diálogo entre las piedras
antiguas y la obra contemporánea. En un teatro romano que apareció en el
corazón de la ciudad, oculto por diversos barrios, que también son retazos de
la historia, en un lugar olvidado recuperado de la memoria.
Elena Ruiz Valderas
Directora
del Museo Teatro Romano Cartagena
[1] André
Parrot publica su primer libro sobre Nínive y el Antiguo Testamento en 1953, en
España se edita su traducción, realizada por Sebastián Bartina, en 1962, en Ediciones
Garriga. Desde entonces han ocurrido muchas cosas en Nínive, entre ellas un
terrible ataque terrorista en 2015 que destruyó esculturas y relieves. En la
actualidad no sabemos en qué situación se encuentra la que fue capital de los
asirios.
[2] Los detalles del hallazgo, los avatares del
propio descubridor y la repercusión en su momento para las investigaciones en
Carteia se pueden consultar en el
documentado trabajo de Pedro Rodríguez Oliva, 2011:“Notas sobre algunas
antiguas investigaciones arqueológicas en Carteia”, Baética: Estudios de arte, geografía e Historia nº 33, p 111—176.
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