Metíamos
palabras en cajas. Por fuera una etiqueta en la que escribíamos el nombre. Pero era
dentro donde estaba la palabra.
Las
apilábamos una sobre otra cubriendo las paredes del pasillo y las habitaciones,
hasta llegar al techo.
Si
abríamos una de ellas, dentro había un mundo y la caja nunca volvía a ocupar el
mismo sitio. Si se
abría de nuevo, el mundo ya era otro.
Así
guardábamos el tiempo.
Proyecto de instalación II
(En el catálogo de la exposición "Palabra, lugar")
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