Editado por La estética del fracaso
Cartagena 2021
Editorial ligada a la librería cartagenera La montaña mágica
RESEÑAS
La arqueología de la memoria
por Sebastián Mondéjar
https://uncaminoenelaire.blogspot.com/2022/07/antonio-gomez-ribelles-las-lagartijas.html
LAS LAGARTIJAS GUARDAN LOS TEATROS
Reseña publicada en la revista digital El coloquio de los perros
24/10/2021
ANTONIO GÓMEZ RIBELLES. LAS LAGARTIJAS GUARDAN LOS
TEATROS
(La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021)
por NATALIA CARBAJOSA
Hablar de
intemperie y de desarraigo metafísicos en esta época de refugiados,
desplazados, inmigrantes y afectados por inundaciones, terremotos o volcanes
que, en cuestión de segundos, pierden los bienes de toda una vida y a sus seres
queridos, puede sonar injusto y banal. Como siempre ocurre, lo urgente —y vaya
si lo es— nos hace perder de vista lo importante: en este caso, que cualquiera
que llegue al mundo o se despida de él, por bien rodeado que se halle de
paredes sólidas y de una prole afectuosa, lo hace desde su menesterosa
condición de ser desnudo, solo y desarraigado. La conciencia, en momentos de
especial intensidad o estado de alerta, así se lo recuerda. La poesía, como
límite humano de la condensación del pensamiento que puede llegar a ser,
también.
Los poemas de Las lagartijas
guardan los teatros captan sin énfasis añadido esta precariedad
existencial, simbolizada en el doméstico y milenario reptil —las lagartijas—
que, bien como recuerdo de una infancia nada edulcorada en la que «morían a
manos de niños crueles», bien como guardianas impasibles de las ruinas de un
teatro —y ahí seguirán cuando esas ruinas, lo mismo que nosotros, se
hayan desintegrado por completo—, aportan a este edificio poético a la vez
individual y colectivo proporción y perspectiva. Desde este lugar/umbral donde
todo es impreciso, todo fluctúa y se derrama caprichosamente de un extremo a
otro sin llegar a definirse por completo —la casa y el mundo de afuera; el
presente y el pasado o, mejor dicho, el “yo” presente y pasado; la luz y la
sombra; el objeto y el ojo que mira/la palabra que lo nombra—, los versos, a
menudo desgranados más bien en prosa poética, resuenan sin embargo como adagios
definitivos, incluso en su aparente sencillez: «Así huiremos del pequeño
porcentaje recordado»; «La memoria crea y ocupa»; «El otro [espacio habitable],
el real, sigue dentro de nosotros, permanentemente habitado en el pequeño
teatro de la memoria»; «Un aire tranquilo guarda el tiempo como si nada
avanzara»; «Ya no hay mudanzas, solo retiro»; «La casa irradia y se expande»;
«algo en nosotros decidió qué cosas merecían salvarse del olvido y cuáles no»;
«Solo me salvan las ciudades cuando ya no estoy en ellas»; «Es hermosa y no lo
quiere saber, en ella está la lluvia»...
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Gómez Ribelles insiste en la imposibilidad de aprehender el
instante, mucho menos de dejarlo registrado con cierta solvencia en palabras o
—a pesar de tener, como pintor, más fe en las imágenes, tal como ilustra el
poema ‘Que no sea palabra’— de almacenarlo en la memoria fotográfica con
ilusión de veracidad: «cuando las cosas que vemos no coinciden con los
recuerdos es mejor quedarse con ellos». De este modo, revela un asunto crucial
y común a todos en nuestro paso por la vida, ese que hace que volvamos con
reticencia o extrañeza a las fotos antiguas y que prefiramos quedarnos con las
que ha inventado, con persistencia y mucho más éxito, nuestra imaginación. Y
ahí entra su aliada, la poesía, con su torpe y humilde material de acarreo,
reunido a lo largo de los años: la palabra que “salva” —por cuanto rescata del
olvido— «allí, donde el tiempo nos abandona».
Las lagartijas guardan los
teatros restituye a la intemperie temporal y espacial que nos constituye su
cualidad de inexpresable, más allá de soluciones ya ensayadas («no es eso, no
es eso») o teñidas por la nostalgia («Creer que las cosas te esperan. / Que
retornar a esos sitios hará que aparezcan de nuevo / y que contengan en su
letargo todo lo que fue tuyo. / No es verdad»). El tono adoptado, sin embargo,
no pierde nunca la serenidad, ni la conciencia lo que significa ser
«moderadamente felices». Se dulcifica aún más, por ejemplo, al constatar que la
persona amada ha entrado en un recuerdo que antes solo le pertenecía al poeta,
y lo ha hecho suyo —el verbo correcto, en el universo temático del autor, sería
que lo ha “habitado”: «¿te acuerdas de cuando me sentaba aquí? Claro que me
acuerdo, me lo has contado. La miro, y comprendo que es verdad».
Conocido hasta la fecha sobre todo
como pintor, si bien los temas de sus exposiciones, así como las palabras que
acompañan los catálogos correspondientes, siempre delatan esa vocación
compartida entre la expresión artística visual y la lingüística, Gómez Ribelles
ha escrito un poemario que sorprende por la depurada e inspirada transmisión
que realiza de sus preocupaciones fundamentales. Depurada, porque no cabe en él
la complacencia de la mera anécdota personal, sin voluntad de asomarse un poco
más allá de sí misma. Inspirada, porque entre sus páginas, y no a modo de
tratado filosófico sino desde la belleza despojada de la poesía, se articulan
pensamientos complejos que, al menos en quien esto escribe, han conseguido
arrancar más de una vez durante la lectura la siguiente expresión: “sí, es eso,
es eso...”. “Eso” que nunca se llega a nombrar del todo, sí; la poesía.
REVISTA EL CIERVO
Dionisia García
El poeta/pintor Antonio Gómez Ribelles abre sus puertas a la verdad a través de la búsqueda. El paso del tiempo y los lugares tienen protagonismo (“los lugares cambian de estado como los insectos”). Dichos cambios son los ejes del poeta. En el título destacan las “lagartijas”: un modo de ver al animal, contemplarlo en ese territorio de la infancia donde todo pasaba. “Ahora ya no mato lagartijas”, afirma, tras habernos deleitado con su escritura.
Dionisia García
Revista EL CIERVO
Marzo-abril 2022
Diario LA VERDAD
Antonio Parra Sanz
Enero 2022
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