Texto del gran Sebastián Mondejar para la exposición Quiromante, que estará en VERBO Estudio, Murcia, durante el mes de mayo de 2017 y que muestra las imágenes del libro del mismo título.
QUIROMANTE
A Antonio Gómez Ribelles
Hay que avanzar
y perderse por un camino de símbolos y falsas señales para lograr aproximarse a
las verdades esenciales.
[ABEL
POSSE]
¿A qué estamos cosidos? ¿A qué asimos nuestras
vidas? ¿Cuáles son las costuras por las que nos asomamos al mundo y a nosotros
mismos? Desde muy joven he tenido la sensación de que somos recortes de otra
realidad, que formamos también parte de un collage en un mundo al que no
pertenecemos: el mar y el cielo al fondo, nuestras figuras en primer plano,
como oquedades que hienden el azul y dejan entrever otros lugares, tan
frágiles, finitos o infinitos, lejanos o cercanos como el que habitamos a
diario: el mar, la tierra húmeda, la luz peinada por la brisa cálida o el
silencio que todo lo atraviesa.
Hay quien pregunta o clama al cielo, quien ve en
la oscuridad y quien adivina el porvenir mirando las estrellas o los posos de
café. El quiromante se aventura en las manos, recorre sus líneas, sus anillos,
sus campos y sus montes. Descubre en ellas lo escrito y lo no escrito, el lugar
y el vacío, las huellas y señales que él mismo imprime con sus pasos, sus gestos,
sus ojos, sus propios pensamientos. Se adentra en las manos y sabe que son las
manos las que se adentran en él. Lee en las manos porque las manos leen en él.
Vislumbra los rostros de quienes ya no están; lee árboles y ríos, montes y
cielos en los que nunca estuvo, pero que lo atraviesan y ciñen como ropas de
las que no puede despojarse. Sabe bien que no son suyas, pero sabe también que
de algún modo él les pertenece, es parte de esa piel, de esa textura, y se apropia
de ellas, se entrega a ellas, las interpreta, las inventa, les da cuerpo, alma,
ritmo, forma y color, olor incluso, les pone nombre y música... La palma de una
mano es para él un mapa transparente por donde se asoman los paisajes, los
bosques, la lluvia, los ríos y los vientos. La palma de una mano abarca y sostiene
el universo entero, el tiempo y el espacio. Las manos son los pilares de la
humanidad y la unidad de medida del mundo. Serían innumerables los movimientos,
esfuerzos, labores y ejercicios de toda índole que las han ido modelando... Mano
del hola, mano del adiós, manos enlazadas, levantadas, en reposo, sobre el
pecho, sobre unos hombros, rodeando una cintura... Hay un lenguaje propio,
implícito y explícito de las manos que es también forma y danza y escritura;
pero, aparte de su magnetismo, su energía creadora y regeneradora o su atávico
y complejo simbolismo, el quiromante también percibe en ellas señales que van
más allá del lenguaje propio de las manos.
Al
margen de su demostrada solvencia profesional y de la longitud o amplitud de su
trayectoria artística, conozco pocas obras tan personales, concienzudas y
coherentes como la de Antonio Gómez Ribelles; y menos aún que vayan acompañadas
de una producción literaria (y no sólo literaria, pues Antonio es un artista
multidisciplinar) plagada de poemas, micro relatos, citas, epigramas,
reflexiones y múltiples correspondencias que actúan, también, a modo de grafías
y pinceladas sobre esas otras partes del lienzo o de la lámina que no están en
el lienzo o en la lámina, sino en zonas tan silenciosas, secretas e intangibles
como la conciencia, la imaginación o el propio conocimiento. Parafraseando a Valéry,
en cada imagen, en cada poema, en cada página del libro que hoy nos presenta
Antonio comienza algo que sólo está ligado a la imagen, el poema o la página
anterior por el objetivo último, siendo cada uno de ellos un frase continuada
dentro de otra frase principal.
Antonio acomete su obra toda, pasada, presente y futura, poniéndose enteramente
a su servicio y sirviéndose de los resortes y mecanismos de su pensamiento. La memoria (o lo que
queda de ella), la ausencia, la oquedad, el vacío y la nada configuran gran
parte del espacio de estas ventanas abiertas de par en par desde el interior
más íntimo y oculto del artista, por las que voluntaria o involuntariamente asoman
fragmentos rescatados del silencio y el olvido, añicos de un pasado que late
aún en sus restos, como vestigios de su propia destrucción.
Retratos,
trazos, sombras, palabras, reservas y veladuras se suceden en la partitura
general de la obra artística de Antonio, en cuyo tiempo y espacio propios, como
los silencios en la música, el desconocimiento y el olvido tienen su lugar
preciso y su nomenclatura, revelando espacios que subrayan lo desconocido y constatan
las contradicciones, la lucha entre la evidencia y la apariencia. Cada imagen, cada
espacio y cada signo están ahí por unas razones que tal vez no nos pertenecen,
pero que hacemos natural y fluidamente nuestras, sumando a sus significados
todo lo que nuestros sueños saben, nuestras vigilias ignoran y nuestras
conciencias conciben, eligen, descartan e interpretan.
Sebastián Mondéjar
Murcia, 5 de mayo de 2017
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