José Luis Martínez Valero escribe sobre mi exposición en Alhama. Hace tiempo que él está cerca. Muchas gracias, amigo.
LOS BAÑOS DE ALHAMA
Cuando el pintor deposita en el rostro los rasgos identificativos y
muestra el carácter en la armonía del conjunto, consideramos que el retrato conserva
la fuerza, que hemos conocido como vida. El alma y el rostro conforman un
conjunto irrepetible que los convierte en algo distinto y justifican su nombre.
A veces el artista logra esa diferencia y decimos, sin duda, quien ahí
se muestra es aquel mismo que anduvo entre nosotros, entonces deducimos que su
autor es un excelente retratista.
Sin embargo, Antonio Gómez se ha dedicado a borrar esos datos
relevantes para que todo se constituya como recuerdo. Testimonia así el paso
del tiempo que arrasa y confunde diferencias. Claro que, ahora, esta confusión
irreversible se hace en el interior de quien retrata, es la memoria del autor
la que compone esas figuras, gestos, fragmentos, como prendas colgadas a la
intemperie, pruebas de su existencia, porque han cristalizado en la memoria de
tal modo que ya son definitivamente obra
de autor.
El rostro que era el espejo del alma, ha desaparecido y, todo aquello
que fue su soporte, por la especial taumaturgia del artista se ha convertido en
alma, que cuando miramos atentamente se desprende de estas figuras y roza
también nuestro recuerdo.
Alhama y sus baños constituyen el lugar adecuado para que se produzca
el encuentro. Basta recorrer este museo
para que despierten sensaciones, observad cómo de algún modo las salas
conservan las sombras de quienes las poblaron en su día. Estos huecos se nos
ofrecen como el espacio de la memoria, tal como una plaza sugiere por el vacío
la multitud que contuvo. Sus
dependencias contienen el rumor de las voces, el contacto de la piel y el agua,
el desnudo de los cuerpos, las almas de los que aquí estuvieron de algún modo
permanecen.
Antonio ahonda en el vacío, hace cómplice al espectador, porque no se
interesa por lo obvio, la instantánea que recoge la prensa, busca el rastro que
deja la vida.
Todo museo conserva ese halo, tiene el misterio de lo que se ha ido, de
lo que está a punto de desaparecer.
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