lunes, 13 de octubre de 2014

           


11.10.14 - LA VERDAD


Crónica de actualidad, por Pedro Soler

'Señas de identidad', en Chys
Tiene mucho de intimidad la exposición que Antonio Gómez presenta en Chys. Frente a la aparente frialdad que algunas de las obras puedan encerrar, lo cierto es que siempre nos conducen a unos recuerdos que acercan al espectador. Abierto a cualquier temática, estamos ante un pintor que gusta de desarrollar sus teorías de una forma totalmente comprensible, incluso con rasgos muy básicos, que son los que permanecen inalterables en todo su recorrido. Convencido de que su obra es un método expresivo atrayente por su sinceridad, no gusta inventar, porque entiende que en los detalles más imperceptibles de lo que sucede en un momento determinado, o que permanecen en el espacio casi oculto de una fotografía, se encuentra un tema con capacidad interpretativa. Además, dentro de ese sentido básico, Antonio Gómez elude el uso de los métodos, que, aunque puedan parecer imprescindibles, no siempre considera necesarios, como es inyectar cromatismo en sus obras. Cierto que se trata de una osadía, porque, frecuentemente, más que interpretar, el espectador se limita a dejarse influenciar por la visión del cuadro; pero el pintor corre ese riesgo, consciente de que lo que va a llegar al espectador es, más que la visión del cuadro, la visión urbana o de la naturaleza, que el cuadro encierra.
Estamos ante un rígido, pero personal realismo, estilo hopperiano, que Gómez aplica tanto a las figuras como a los nítidos paisajes sobre los que descansan algunos de los retratos expuestos. Unas y otros parecen cubiertos por su exclusiva realidad, y solo retocados, para aplicarles las características que el artista utiliza y de las que se hace responsable. Son cuadros en los que predomina la expresividad, que cualquiera emite realizando funciones acordes con la vida misma. Son como estampas por las que, a veces, parecen deambular desocupadamente los protagonistas. Es la intrascendencia que Antonio Gómez recoge en encuadres plenos de naturalidad.



http://ababol.laverdad.es/cronica-actualidad/5744-luzcolor-e-identidad

viernes, 10 de octubre de 2014

RESEÑA DE MARTÍNEZ VALERO.






ANTONIO GÓMEZ EN CHYS

Si a menudo la sombra es más real que el objeto, también, una parte, a veces  es superior al todo, así puede ocurrir que, cuando se elimina el rostro del cuadro, diga más, porque los ojos con que miramos, como no dan con los ojos que nos miran, descubren maneras de ser que permanecen bajo lo expuesto. De ese modo, el gesto del cigarrillo entre los dedos, muestra el contexto de una época. La chaqueta, la camisa blanca y la corbata más el pañuelo, junto a la camiseta que viste el otro, indican un campo donde está clara la posición de cada cual, porque no conviene que se olvide quien es quien. Ésos, que podrían ser jóvenes con ropas de hoy, frente al plato y los vasos vacíos, cuyas manos aunque están, no vemos, se ajustan a la misma intemporalidad que reside en los antepasados. ¿Significa que el tiempo no pasa? En efecto, el tiempo se queda, se adhiere a cada gesto, por eso parecen conformes y aceptan un papel pasivo en la gran comedia humana, comparten esos platos, que aún no han sido servidos, como un profético mensaje, dispuestos a entrar en comunión con la existencia.
No obstante, el rostro de la mujer ha sobrevivido, como la cara de una  presencia del pasado, depositaria de la continuidad de la memoria que mantiene la identidad, en oposición  a ese otro rostro que fue atrapado sólo porque así vemos, sin que se sepa muy bien por qué estaba allí, invisible, a quien seguro alguien conoce, aunque la familia lo considere un extraño. Estos rostros, que fueron vecinos, conservan perfectamente el aire de la época, constituyen, sin que se lo hubiesen propuesto, la atmósfera social de aquellos días.
Hay cuadros que nos llevan al pasado, cuadros que conducen al presente. Ambos movimientos implican un argumento temporal. Creo que estos cuadros de Antonio Gómez pertenecen a la visión de la infancia, contemplamos una realidad vista desde abajo, justo en el momento que el niño acaba de dejar la mano del padre, como si la realidad hubiese sido algo familiar y, es entonces, cuando ese mismo niño, descubre que todo lo que creían perfecto y acabado, no es sino fragmento, piezas con las que ha de componer su mundo.        





                                   José Luis Martínez Valero