martes, 24 de septiembre de 2013

EMERGER










El poema y los cuatro textos que presento a continuación aparecen en el catálogo de la exposición "Emerger", del fotógrafo José Carlos Ñiguez, que se expone en la nueva sala Isaac Peral del Museo Naval de Cartagena. Esta sala acoge desde el 12 de septiembre al Submarino Peral, recién restaurado y por fin a cubierto, después de 125 años de malos tratos. 

Fruto de un encuentro casual con José Carlos, que, entusiasmado con las fotografías que estaba haciendo de la piel del buque, me las enseñó en la propia cámara, nació esta colaboración, que se resolvió entre viajes, llamadas y mensajes, pero con un perfecto entendimiento de lo que estábamos haciendo. Los encuentros inesperados dan estos frutos, mejores que otros más pensados.

José Carlos Ñiguez es un excelente fotógrafo con muchos años de experiencia, que en una exposición brillante nos muestra lo que ya no veremos, la piel dañada del "aparato de profundidades" mientras era restaurado. Sin retoques, pura captura, mirada dura y descarnada, que se acerca al daño con una visión trágica capaz de llegar a la esperanza que ha supuesto el trabajo colectivo de mucha buena gente a la que he visto entusiasmada en un proyecto honesto. 

El autor agrupa las fotografías en cuatro secciones, y cada texto, con su título, ilustra cada una de ellas.

Os dejo la dirección de su página web.
http://www.niguez.com/josecarlos/#/content/

y una reseña crítica de Gabriel Navarro:
http://www.gabrielnavarro.es/2013/09/23/emerger-cicatrices-sumergidas/

y el catálogo completo de la exposición con las fotografías de José Carlos organizadas en secciones y todos los textos, incluido un prólogo de Juan Manuel Díaz Burgos.:
http://issuu.com/niguez/docs/emerger





emerger















El objeto hoy emerge
y su memoria muta y se dilata.

Tal vez sea el tiempo lo que más le duela,
lo que pasa y graba heridas,
llagas donde el acero se convierte
en arenas oxidadas y cenizas,
fragmentos de paisajes minerales,
recuerdos de nubes submarinas.

Bajo el agua está la soledad,
sobre el agua el abandono, dentro,
los metales torturados por los hombres
y los vientos, por las aguas reiteradas
de los sueños incumplidos.

Redimido en parte el daño siempre puede
emerger por ser paisaje,
la piel que guarda el mar en el acero,
el cielo en la pintura,
la tierra en el óxido de hierro.









© José Carlos Ñiguez, 2013


Cicatrices.


Las cicatrices son las huellas que dejan las heridas, los desastres o los sentimientos.
Son como escribir en la piel de lo querido, son el daño evidente, el daño que no siempre se corrige.
Son el rastro, el dolor de una historia de vida, todo teñido de nostalgia que no seremos capaces de entender si no contamos con un poso de melancolía.
Ahí quedan las que hizo el tiempo, el aire húmedo, el salitre que araña y oxida, y aquellas que fueron creadas por el hombre, las que más duelen, las que escribieron su desprecio en forma de erosiones, golpes y fracturas.

No son tatuajes, no busques en esto el romanticismo de una piel curtida de mar.
No son las ablaciones con las que algunos decoran sus cuerpos.
Son las señales que quedan después de los combates, de los años, de veintiuna capas de pintura, del agua y la sed, del maltrato y la ausencia, del vacío y lo oscuro. Pinturas de la historia, arqueología del sentimiento. 

Se cuentan tantas veces las victorias que olvidamos que se consiguen sobre los fracasos.
Se cuentan los fracasos como si fuesen ahora una victoria.

Todo queda escrito en la piel.








© José Carlos Ñiguez, 2013


Figuraciones


La palabra siempre llora por lo que no tiene, por aquello que le falta. Nostalgia de algo perdido. No encontramos aquella que lo explique todo y recurrimos a un lenguaje que las ate y les haga creer que ya sí pueden, el lenguaje que cree el relato vivo de las cosas muertas. Engaño. 

Buscamos los fragmentos de vida en las pequeñas cosas, los fragmentos que siempre suman más que todo lo que es el todo, y pensamos en imágenes que creen un relato supremo, la imagen que nos descubra la imagen ocultada, que sea la palabra recobrada, aunque sea sueño, el poema que de nombre a lo escondido.

La imagen es un pedazo que no llorará por nada, que se sabrá íntegra sin necesitar un nombre, que figurará  por ella y por lo visible que no añora, porque está en ella.








© José Carlos Ñiguez, 2013


Paisajes


El paisaje aquí no es lo que tú piensas. No es el territorio de tus hazañas, ni de tus derrotas, no es el escenario que te guarda ni el aire de tu tierra.
El paisaje es donde miras y lo que evoca, el aroma que te devuelve a una época feliz, incluso aquella que no viviste, que no es tuya, y que sin embargo te atreves a poseer. El paisaje es la memoria que robaste de los otros y tu memoria compartida.

La mirada del fotógrafo se dirige a lo pequeño y lo hace grande:
Yo te observo y tú eres mi paisaje.

Sujeto observador y objeto observado, el hombre que aprende en su mirada y el objeto mínimo que aprende a ser espacio inmenso en la mirada del fotógrafo, lo visual y lo espacial convirtiéndose en paisaje.










© José Carlos Ñiguez, 2013


El aparato de profundidades


“Las aguas se me están metiendo en el alma”
Tomas Tranströmer


Un día un tejado puede parecer el mar, su superficie al menos.
Sueña entonces el buque, ingenuamente, que puede hundir su cuerpo en las aguas, que puede arrastrar al fondo su cuerpo hueco pero tan lleno de memoria que no le hace falta contrapeso.
Sueña entonces que alguien viene y suelta amarras.
Sueña a través de los cristales que el agua devuelve su imagen sumergida de aparato mutante, de arma submarina a bestia romántica, de un leviatán sin nombre a un Ariel engalanado.
Revive ahora una ilusión: él está ahora sobre los fondos de arena, él navega bajo las luces acuáticas.

Vendrá luego una ola y la siguiente, le llevarán a tierra poco a poco hasta despertar de la quimera. Y quedará varado de nuevo, pero a cubierto. Objeto perdido y encontrado.

El agua tiene hoy sabor a hierro y se le mete poco a poco en el alma.





Antonio Gómez Ribelles





domingo, 22 de septiembre de 2013

Cecilia Noriega-Bozovich


Conocí a la artista y poeta Cecilia Noriega gracias a Lola Fernández, a la que siempre echaremos de menos. Amiga desde que nos escribimos el primer correo que cruzó el Atlántico, nos hemos visto hermanados ya por muchas cosas en el arte, la poesía y lo personal. Quería que ella estuviera en este espacio.

El texto siguiente es la introduccción que hizo a su lectura en La Mar de Letras, junto con Rodolfo Hinostroza, Antonio Lucas, Vicente Cervera y Vega Cerezo.





©Antonio Gómez Ribelles, 2013





La luz es negra, es magia iluminada

Tal vez sean versos luminosos

O poemas escritos  desde el oscuro rectángulo,

Liso, sin matices

Pero son versos que se acaban

En la palabra

Cuando el silencio habla.

Mentira, ¡grita!



Un juego de palabras en las que podría decir que a las palabras les tengo afecto, pero, no. Son mentiras que convenimos entre ellas y yo porque siempre necesitamos o queremos nos mientan. Y no es poesía, porque la poesía no es eso, no está. La poesía se halla.
Y venir de un mundo de la plástica a hacer poesía es mentir. Porque tampoco de ese mundo vengo. Cuando estoy frente a ustedes para un recital o conversatorio esto es lo que digo, así miento. Cuando estoy en una exposición, digo que vengo de la palabra poética o del relato breve. Pero, también miento. La palabra solo es el pretexto. Es el silencio desde donde parto y hacia donde voy, pero, no es el vacío. No confundamos silencio con vacío, tampoco con soledad, menos la noche, tampoco el amor o el desamor. El silencio es ese tiempo doloroso que entre líneas o imágenes subyace. Es algo primigenio que trajo la música. Por eso, lo menos mentiroso que he dicho en mi vida es que voy a las profundidades más tremendas y me tiro en ellas, como los argonautas a la mar. Detrás de qué? Tras el canto de las sirenas. Canto que es música sin letra, música que precede a la música misma. Y es desde ahí de donde vengo. De la música. Y vuelvo a mentir porque de música sé apenas y todo es que soñaba que escuchaba una nota, debo decir que de cello, y sé que existe y voy tras ella. Y, como ya lo dije, de música no se nada, esa nota la quiero tocar con la mano a través de la pintura, con la mano, otra vez, para escribirla en poesía, cuentos, textos para mi obra pero no es más que el silencio. Silencio del grito al nacer, irrupción de vida, porque hasta ese momento, la luz es negra, verso luminoso
Ante escritores que admiro y respeto como los aquí presentes, Vega, Vicente, Antonio y Rodolfo Hinostroza, y esto no es mentira, no me queda más remedio que leer poemas inéditos, no publicados. Que no quede el registro de mi mentira y así pueda volver a mentir a propósito de éstos y seguir tras la nota musical que se me escapa y no capturo. Y mentir en mis afectos, en los personajes a los que insuflo ánima como a la noche, a la crisálida para que se vuelva día, a la ironía para que friccione con la ternura, al amor que tal vez no conocí y sin embargo no me es ajeno y… lo echo tanto de menos…, a la separación y el abandono que lo convierto en mi mejor compañía. Nada de lo que leo está escrito, nada se puede contrastar, nada podrá sentenciarse ni como bueno ni malo. Solo podremos decir que he leído buscando la nota que sé que existe, que es la sombra de otra que tal vez provenga del mundo de las Ideas de Platón,  pero, voy tras ella porque en sueños la he escuchado, tocado, sentido, pensado.  Y si no he de morir en el gesto de tocarla, por lo menos, he de desaparecer en la palabra o en su silencio.




Cecilia Noriega - Bozovich