viernes, 23 de septiembre de 2011

CASA





El problema de la casa, de mi casa, es que no existe.

Todas las casas tienen un lugar desde el que la ves completa, desde el que percibes lo de dentro y lo de fuera, lo que estuvo y de dónde vino. Algunas lo tienen en su puerta, en el llamador de bronce o en ese simple timbre sucio de dedos y años. Otras en las afueras, en medio de la calle desde la que ves que al atardecer da el sol, por fin, al cabo de todo el día, aunque sea sólo por un momento. Y otras en su jardín, donde quisieras convertirte en el perfecto huésped de ti mismo, colgando luces en lo árboles mientras esperas la lluvia. Las más tienen su centro en un objeto que absorbe o irradia, en una foto que lo contiene todo.

Si la casa existe será porque alguien escribió en una esquina una historia lo suficientemente necesaria para iluminarlo todo, incluso lo que pasó después.

No es preciso vivir en ella para estar en ella y comprenderlo todo.

No son refugios, no te puedes esconder allí sino fuera de allí. Desde su centro perderá sus límites, perderá los marcos, los contornos de la historia, todo ocupa el aire, el tiempo y los espacios, demasiadas cosas para poder esconderse.

A veces me imagino llegando a la puerta, llamando, buenos días, me deja ver su piso, hace años yo viví aquí, pero sería inútil y triste, esa casa ya no existe, la fotografía se la llevaron y después de unos años, ahora la tengo yo guardada en un armario, y desde allí sigue siendo el aleph de aquellos territorios y de sus huéspedes.

Pero yo sigo sin crear la mía a pesar de habitar una.
Es que no se trata de habitar, no es eso, no es eso…